(Conferencias de Vassula Rydén en el IV Encuentro Ecuménico Iberoamericano de la Verdadera Vida en Dios, celebrado en la Casa de Espiritualidad Josep Manyanet, en Begues (Barcelona) del 11 al 17 de mayo de 2006)

1ª Parte

Ante todo, este encuentro espiritual es para extender el Reino de Dios en un espíritu de reconciliación y de amor, y para poner en práctica las palabras de las Escrituras: “Por el amor que se tienen los unos a los otros, reconoceréis que vienen de Mí”

 Es también un encuentro espiritual para reunir, como en los encuentros que el Papa Juan Pablo II organizó en Asís, al mayor número posible de denominaciones eclesiales, para que se manifiesten a favor de la unidad y, principalmente, para orar juntas, con un solo corazón, por la total reconciliación que puede lograrse únicamente por la gracia del Espíritu Santo.

A menos que seamos tocados por el Espíritu Santo y a menos que haya un cambio de corazón radical en cada uno de nosotros, no será posible llevar a cabo la unidad.

La unidad no es asunto de pluma y papel ni se logra de un modo intelectual, ni se hará por la firma de un tratado. Tampoco se alcanza por medios diplomáticos ni se logra a través de puntos de vista políticos, sino que la unidad llegará solamente por la gracia del Espíritu Santo, cuando por fin nos demos cuenta de que debemos y morir a nuestro ego. Y, gracias al arrepentimiento, el Espíritu Santo nos llenará de Su Luz, mostrándonos el camino hacia la unidad. Por tanto, Nuestro Señor Jesucristo dice que se necesita humildad y amor porque ésa es la llave para conseguir la completa unidad.

La unificación de las fechas de Pascua debería convertirse en la prioridad de nuestra agenda y en nuestra principal preocupación. Y esto está de acuerdo con la Voluntad de Nuestro Señor Jesucristo. El esfuerzo por unificar las fechas de Pascua debería convertirse en el núcleo de la misión de la Iglesia y no sólo en una prioridad secundaria de nuestra agenda. Porque Nuestro Señor ha prometido que, al unificar las fechas de Pascua, Él aportará una unidad completa a la Iglesia, a través del Espíritu Santo. Se trata de un don, y no comprendo cómo no lo hemos logrado aún.

Cuando hay desacuerdos entre los pastores, aunque estén apelando a Cristo y a Su Amor al rebaño, ¿quién los tomará en serio mientras continúan divididos? Permaneciendo divididos, no sólo contradicen el Evangelio, haciéndolo aparecer como medio de división, sino que nos convertimos en un escándalo para el resto del mundo. Y no digamos a los ojos de Dios…

Cristo ha dicho en los mensajes de la Verdadera Vida en Dios:

“Es grande Mi sufrimiento a causa de vuestra división. La división de Mi Iglesia, ésa misma Iglesia que Yo compré con Mi Propia Sangre. Ah… ¿Quién será el alma generosa que sea la primera en unificar las fechas de Pascua? (…) Sed uno bajo Mi Santo Nombre.” (26.9.99)

Y en otro mensaje:

“Algunos dirán: ‘¡Pero siempre hemos guardado la Ley de la Iglesia y la hemos obedecido!’ El Señor continúa diciendo: “No es suficiente guardar la ley de la Iglesia y obedecerla. Yo necesito humildad y amor, y la conversión de vuestros corazones para que sean el cimiento de vuestra unidad. Si pretendéis que estáis en la Verdad, explicadme pues vuestra división… ¡Como puede pretender cualquiera ser justo cuando vuestros países están en guerra y llamas! Enteraos de lo que Mi Sagrado Corazón busca en vosotros: caridad, generosidad, oración y un espíritu de reconciliación, y que os améis unos a otros como Yo os amo.

¿Escucharé de vosotros un grito de abandono y de arrepentimiento?” (14.9.92)

Sobre la ley de la Iglesia, Jesús dice lo siguiente:

“Habláis de la ley, pero no la lleváis en el corazón. ¡Habéis descuidado los temas de la ley que tienen más peso, que son el amor, la misericordia y la buena fe!” (19.3.93)

Jesucristo nos unió con Su Sangre, ¿por qué pues seguimos manteniendo nuestra división y conservándola viva? Aunque esta división no haya surgido directamente de nosotros sino de nuestros antepasados, nosotros la seguimos manteniendo viva. No podemos decir que Dios está contento cuando los pastores están separados. Está escrito en la Escritura que:

“Él es la Paz entre nosotros y ha hecho de los gentiles y los judíos un solo pueblo y ha derribado la barrera que los mantenía separados, destruyendo en Su propia persona la hostilidad causada por las reglas y decretos de la Ley.” (Ef 3, 14-15)

¿Cómo osamos pues mantener diálogos de unidad, cuando no vivimos los dos primeros Mandamientos de Dios ni los llevamos a la práctica? Es como si quisiéramos construir una casa sin echar primero los cimientos. Es como si estuviéramos esparciendo constantemente simientes en una tierra árida y estéril.

Tenemos que sentarnos a meditar sinceramente, preguntándonos: “¿Estamos quizá considerando la unidad bajo nuestro propio criterio, tal como la vemos nosotros, y por eso seguimos aún separados? ¿O la estamos buscando tal como la quiere el Espíritu Santo, aunque nosotros no estemos de acuerdo?”

Tenemos que escuchar las Llamadas del Espíritu, exhortándonos a derribar los viejos ladrillos en el interior de nuestros corazones. Ladrillos de intolerancia, arrogancia, orgullo, falta de perdón y falta de amor, y reconstruir la Iglesia de Cristo en nuestros corazones, admitiéndonos unos a otros en nuestros corazones.

En un mensaje, Cristo pregunta a Sus pastores:

“Cuando Yo hablo en vuestros tiempos y los pastores no escuchan ni creen que Yo esté interviniendo, son como dicen las Escrituras: ‘Nuestros vigías están ciegos, no se aperciben de nada… Todos siguen su propio camino, cada cual tras su propio interés…’”

Creo que deberíamos pedir a Dios que analice cada una de nuestras acciones y, como alguien que entra en una cueva con una linterna, permitir que el Señor entre en nuestro corazón y lo inflame y queme de raíz todo lo que no es conforme a Su Voluntad. Permitámosle hacer todo esto para que tenga lugar esa transformación en nuestro interior. Y en adelante Él será nuestro Maestro, nuestro Educador, pero también nuestro Amigo y Hermano. En adelante estaremos cumpliendo la Voluntad de Dios y caminado con Dios.

Jesús dijo en un mensaje: “Hoy día, cualquier delicadeza por parte de Mis criaturas, encaminada a restaurar Mi Casa tambaleante, me conmueve profundamente. Cualquier paso hacia la Unidad, y todo el cielo se alegra. Cualquier oración ofrecida por la restauración de Mi Cuerpo, y la ira de Mi Padre disminuye. Cualquier reunión en Mi Nombre para la Unidad, y Mis bendiciones se derraman sobre todos los que comparten esos encuentros.” (5.10.94)

“Oh, Cristo, ¿cuanto más Tu precioso Cuerpo debe ser traspasado, alanceado y fragmentado antes de que nos demos cuenta de que hemos podio dividir tu Cuerpo, siendo instrumentos del Divisor mismo? Lo hemos hecho involuntaria e inconscientemente. Ayúdanos a encontrar y conservar ese remanente tan sagrado, que se llama Tu Iglesia. Ayúdanos a reunirla de nuevo. Una unidad de la Iglesia, encaminada a revelar globalmente tu Segunda Venida”.

 

2ª Parte

La búsqueda de la unidad debe impregnar toda la vida de la Iglesia, y debe llevarse a cabo esa unidad. Es nuestra obligación hacia Dios. Los pastores, si son sinceros, deben preguntarse diariamente si están haciendo o no la Voluntad de Dios.

Todos sabemos que Dios aborrece la división, por tanto, puesto que todos sabemos esto, la responsabilidad de los pastores es pues hacer todo lo que puedan por producir la unidad sin demasiado alboroto ni perjuicio, y empezar por obedecer y comprender (no sólo leer) las palabras de Cristo al Padre cuando dijo:

“Padre santo, protege en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros somos uno.” (Jn 17,11)

Si verdaderamente tomáramos en serio esta palabras de Cristo como una orden dirigida a nosotros, ¿con qué autoridad y con qué ánimo podría pues cualquiera que pretende amar a Cristo, ignorar esas palabras de súplica y no ponerlas en práctica, derribando inmediatamente las barrera del Divisor que nos separan?

Porque ahora, la belleza, la gloria y el fruto que la Iglesia produjo en una ocasión, al principio de su existencia, se han venido al suelo como fruta podrida.

Si esto no es cierto, ¿dónde pues está aquella Iglesia Apostólica con su entusiasmo por dar testimonio de Cristo, por tenderse sobre el altar de los mártires, por humillarse en la arena de la vergüenza y el dolor antes que negar a Cristo? ¿Dónde está el fervor en la fe de los discípulos y su ardiente deseo de una evangelización global?

Es necesario seguir los Mandamientos de Dios, y cómo Cristo respondió a una mujer: “Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la cumplen.” (Lc 11,28)

Está escrito: “No hay favoritismos en Dios”. (Rm 2,11) Jesucristo redimió a todas las personas de la tierra, por lo tanto la salvación se concede a cada uno, si vive en la luz de Dios.

Cuando los pastores rezan el Padre Nuestro y dicen: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, incluso en ese momento hay que preguntarse: “¿Hemos perdonado de verdad a nuestros hermanos?” Si es que sí, ¿por qué pues la Iglesia no puede aún compartir la Sagrada Comunión y celebrar misa alrededor de un solo altar?

Las Escrituras no mienten nunca, porque dicen: “Todo aquél que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.” (St 4, 17). Por lo tanto, todos sabemos que la división es contraria a la Voluntad de Dios, y un escándalo, y sin embargo, hasta el día de hoy, continuamos estando divididos.

Es mediante nuestra conversión de corazón como seremos capaces de comprender la Voluntad de Dios. ¡La Voluntad de Dios es que nos quiere unidos y que lo demostremos alrededor de un solo altar!

Tenemos que apresurarnos, dejando de lado todos nuestros prejuicios, y extraigamos en cambio el óleo de las reservas de humildad y amor, para reavivar una vez más esta llama vacilante en nuestro interior y convertirla en una antorcha viva.

Dios está pidiendo que cada Iglesia muera a su ego y a su rigidez, y entonces, mediante esta especie de muerte, la presencia de Cristo vivirá en ellos. Cada Iglesia ha de pasar por un incesante arrepentimiento, y unirse entonces al divino amor de Cristo por la humanidad que borrará sus fallos pasados y presentes.

Mediante este acto de humildad, se logrará la unidad. Las Escrituras dicen: “Humillaos ante el Señor y Él os levantará” (St 4,10)

Si las Iglesias son capaces de ir más allá de los obstáculos negativos que las separan, que según las Escrituras están en contra del cumplimiento de la unidad de fe, amor y culto entre nosotros, Cristo será fiel a su promesa de declarar un tiempo de paz en el mundo entero, atrayendo a todas las criaturas a Su Cuerpo Místico, cumpliendo así las palabras que nos dejó en Su oración al Padre:

“…que todos sean uno como Tú, Padre, en Mí y Yo en Ti… para que el mundo crea que Tú me has enviado.” (Jn 17,21)

Pero ¿cómo va a creer el mundo que el Padre envió a Jesucristo, si no damos testimonio de nuestra unidad? Esta súplica al Padre para que estuviéramos así de unidos, modulaba claramente que la creación entera se verá afectada en una unidad espiritual. Pero una unidad espiritual de tal dimensión que afecte al mundo entero, no puede realizarse sin que el Espíritu de Dios dote de Su poder a la humanidad.

El Espíritu Santo, entonces, tendrá que suscitar nuevos apóstoles que salgan a cristianizar el mundo, atrayendo a la fe en Cristo al mundo entero. Considerando nuestra persistente división, yo diría que la Iglesia ha mostrado su debilidad en esta cuestión. Pero, a pesar de nuestras ambiciones humanas y nuestra incapacidad de reconciliación, el Espíritu Santo no se detendrá por ello. Está ahí, haciendo mucho ruido para que, al final, incluso los sordos que se encastillaban, le oigan y abran finalmente las puertas de su corazón. Y los que estaban muertos volverán a la vida. De haber dejado de ser, volverán a ser de nuevo. El Espíritu Santo de gracia, a pesar de nuestra debilidad y nuestra maldad, Se derrama continuamente sobre toda la humanidad, suscitando apóstoles y llamándolos “Apóstoles de los Últimos Tiempos”.

Voy a compartir con vosotros un mensaje de la Verdadera Vida en Dios sobre esto:

“Ya se dijo que al final de los tiempos Nuestros Corazones (de Jesús y María) suscitarían apóstoles y que serían llamados apóstoles de los últimos tiempos. Que éstos serían instruidos por la Reina del Cielo y por Mí para presentarse en cada nación a proclamar sin temor la Palabra de Dios. Incluso aunque estuvieran empapados de sangre por los perversos ataques del enemigo, no serían quebrantados. Su lengua atravesaría a los enemigos de mi Iglesia como una espada de doble filo, al exponer sus herejías.

Nunca vacilarían ni conocerían el temor, porque Yo los proveería de un espíritu de valor… Perseguirían a los pecadores, a los oradores altaneros, a los grandes y a los orgullosos, a los hipócritas, a los traidores de Mi Iglesia. Los perseguirían con Mi Cruz en una mano y el Rosario en la otra. Y Nosotros estaríamos a su lado. Harían añicos las herejías y en su lugar erigirían la fidelidad y la verdad. Serían el antídoto del veneno, porque afloran como brotes del Corazón Real de María.” (3.4.96)

Abramos nuestros oídos espirituales y escuchemos los gemidos del Espíritu Santo que clama a todos los cristianos para que den testimonio de su amor, en unión alrededor de un solo Altar y compartiendo un solo Cáliz. Sólo entonces podremos ser honestos al dar testimonio ante el mundo de un Cristo Resucitado.

Vassula Rydén