Padre,
Bendito sea Tu Nombre.
Puesto que Tu Amado Hijo, Jesucristo,
vino al mundo,
no para condenarlo,
sino para salvarlo,
ten Misericordia de nosotros.
Mira las Santas Llagas de Tu Hijo,
que están ahora totalmente abiertas,
y recuerda el precio que El pagó por nosotros
para redimirnos a todos.
Recuerda Sus Sagradas Llagas
y los dos Corazones
que Tu Mismo uniste en el Amor
y que sufrieron juntos:
el de la Inmaculada Concepción
y el de Tu Hijo Bienamado.
Oh, Padre,
recuerda ahora Su Promesa
y envíanos al Abogado
con plena fuerza,
al Espíritu Santo de Verdad, para recordar
al mundo la Verdad
y la docilidad,
la humildad, la obediencia y el gran Amor de Tu Hijo.
Padre,
ha llegado la hora
en que el reino de la división clama
por la Paz y la Unidad.
Ha llegado la hora
en que el Cuerpo herido de Tu Hijo
clama por la Rectitud,
esa rectitud que el mundo aún no
ha conocido.
Pero por medio del Inmaculado Corazón de María
y del Sagrado Corazón de Jesús,
danos,
Padre Entrañable,
esa Paz en nuestros corazones,
y cumple las Escrituras
haciendo que se cumpla
la oración a Ti de Tu Hijo Bien Amado:
«que todos seamos uno,
uno en la Divina Santísima Trinidad,
para que todos Te adoremos y Te alabemos
en torno a un único Tabernáculo».
Amén.

25 de marzo de 1991 (29.12.1989) (Extracto tomado de: Una Llamada Nupcial Divina ‘)