«El Amor Divino de unos por otros nos une en la Unidad en Dios.»
‘El amor en el Espíritu’ nos vincula en la Unidad.»
De nuestro título se desprenden dos cuestiones. ¿Qué puede ayudarnos en nuestra búsqueda del “Amor en el Espíritu, que nos vincula en la Unidad?, y ¿qué actos pueden obstaculizarlo o bloquearlo?
A este retiro estamos trayendo nuestro ser fracturado, sufriendo, como sufrimos, de lo que san Pablo llamó la bifurcación de nuestro espíritu, entre nuestro viejo y nuestro nuevo ser: la carne y el espíritu (Rm 7, 14-20). Incluso podríamos llamar a esta lucha nuestra versión particular metafísica de un trastorno de personalidad múltiple, ya que muy a menudo tenemos más de dos versiones de nosotros mismos luchando por la ventaja de definir quiénes somos y cómo vivimos: en Cristo o fuera de Cristo.
Como individuos, estamos fragmentados. Y, por lo tanto, no es de extrañar que la Iglesia, que está compuesta por personas fragmentadas, también esté fragmentada. Conscientes de estas graves fracturas en nuestras propias almas y en la Iglesia, llevamos nuestra herida personal y colectiva ante Dios, pidiendo sanación.
SANACIÓN PARA LA IGLESIA QUEBRANTADA
La fractura de la Iglesia es un escándalo que durante mucho tiempo hemos tratado de sanar. Pero se consideró que el remedio estaba en manos de los teólogos ecuménicos profesionales. Y su historial de éxito ha sido muy limitado
Esta curación nunca podrá lograrse en los mismos términos en que se produjo. La historia nunca puede rehacerse. Los comités y los sínodos no tienen mucho efecto contra la falta de comunicación, la ambición frustrada y la incomprensión. Ni tampoco tienen suficiente discernimiento como para descubrir la obra del maligno, cuando éste se empeña en lanzar a una persona contra otra, o a un grupo contra otro, fomentando el interés sectario.
A pesar de todo, Dios no nos abandona en nuestro quebranto. Nos envía Su Espíritu Santo, y a través del carisma de la profecía, habla a nuestros corazones rotos y endurecidos, llamándonos a arrepentirnos y confortándonos con el perdón que necesitamos para que nuestras propias almas sean capaces de ser generosas unas con otras. Por eso estamos aquí. A través de los Mensajes de la VVeD, la Santísima Trinidad nos está atrayendo a cada uno a una intimidad cada vez más profunda en el Amor Divino que hemos venido a celebrar. Pero este Amor no es sólo para caldear el corazón o aliviar el alma. El amor de Dios es fuego. Fuego para encender, y fuego también para purgar. «¡Es tremendo caer en las manos de Dios vivo!» (Hebreos 10, 31) Es un privilegio el ser llamado a este movimiento de renovación, pero no sucede sin dolor.
PERPETUANDO LOS CONFLICTOS DE NUESTROS ANTECESORES
¿Es sólo nuestro propio quebranto lo que causa las fracturas en la Iglesia? ¡Ah, si fuera tan simple! En realidad, continuamos las campañas cismáticas de nuestros antecesores, nacionales y espirituales. En los Mensajes, el Señor nos reprende por nuestra complacencia al perpetuar el pecado de nuestros antepasados.
El 13 de noviembre de 2001, hablando sobre todo a la Iglesia más amplia, el Señor nos invita a poner fin a la complacencia en que vivimos en nuestras fracturadas antipatías, y a recordar que nuestras divisiones llevan el hedor del pecado. Debemos compartir su consternación:
Algunos de nosotros tenemos la tentación de defendernos, arguyendo que tenemos una mentalidad muy amplia, unos corazones cálidos y generosos, unas tendencias integradoras. Pero el Señor nos recuerda que venimos con el bagaje institucional y confesional de nuestros antecesores.
Muchas de las identidades con las que nos cubrimos perpetúan los conflictos de nuestros antepasados. Escuchamos la reprimenda de san Pablo cuando nos advierte sobre nuestra disposición a dejarnos absorber por el partidismo y el tribalismo.
1Yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. 2Os dí a beber leche, y no alimento sólido, pues todavía no lo podíais soportar. Ni aún lo soportáis al presente, 3pues todavía sois carnales. Porque, mientras haya entre vosotros envidia y discordia, ¿no es verdad que sois carnales y vivís a lo humano? 4Cuando dice uno: «Yo soy de Pablo» y otro, «Yo de Apolo», ¿no procedéis al modo humano? 5 ¿Qué es Apolo? ¿Qué es Pablo?… ¡Servidores, por medio de los cuales habéis creído!, y cada uno según lo que el Señor le dio. (1 Cor 3, 1-5)
Ya hemos pasado de Pablo y Apolo, pero continuamos con Martín Lutero e Ignacio de Loyola.
A demasiada gente le parece que la Iglesia está ‘en la carne’; que es una organización con diferentes compartimentos competitivos. Estamos aquí para que el Espíritu nos abra los ojos, de modo que, al mirarnos mutuamente, no veamos la imagen de una historia traspasada por la guerra, sino la presencia de Jesús. Cuando percibamos a Jesús en nuestro prójimo, nos enamoraremos sin falta, en forma espiritual y en ese punto comenzarán la sanación y la unidad de la Iglesia.
¿COMO VIVIMOS EN EL ESPÍRITU?
En este paso de la carne al Espíritu, la clave es el arrepentimiento.
(13 de noviembre de 2001)
En metafísica no existe una teoría de estado estable. O mantenemos el mal a raya, con nuestra pureza y humildad de corazón, o volvemos a la ira y a la acusación cismática, mientras canalizamos energías demoníacas unos contra otros. Nuestra defensa contra el mal reside en nuestra hambre de humildad y en nuestra voluntad de ser flexibles en las manos del alfarero que nos hizo y busca siempre rehacernos más y más a Su imagen.
Nos encontramos con este Amor Divino que nos vincula en unidad cuando cambiamos de dirección, e imitamos a san Pablo, no sólo tratando al otro como mejor que nosotros mismos, sino también reconociendo los carismas que Dios ha dado generosamente a diferentes partes de la Iglesia. Ninguno de nosotros puede ser la Iglesia completa, el Cuerpo entero de Cristo, sin la presencia y los carismas de las otras partes.
Y esta unidad divina se realiza de la manera más profunda cuando nos reunimos todos alrededor de un mismo altar.
(10 de diciembre de 2001)
La señal de nuestra humildad, de nuestro acto de reparación, es el encuentro alrededor de un solo altar para compartir un solo cáliz.
LA TRINIDAD COMO MODELO DE UNIDAD
No es casualidad que la Santísima Trinidad sea Tres Personas integradas en una sola unidad. Y la Iglesia debería reflejar a la Santísima Trinidad, pero está fracturada por el pecado.
En la Trinidad encontramos una jerarquía del amor invertida. Una jerarquía en la que el Padre es nuestra meta y nuestro destino, pero el camino hacia Su presencia es posible sólo a través de Cristo, que carga con nuestros pecados en la cruz. El acceso del alma a la presencia del Padre sólo es posible por el poder del Espíritu Santo, que es el suelo bajo nuestros pies, así como el fuego en nuestro corazón, y el Amigo que nos lleva del brazo, al acercarnos al trono del Padre. Cada aspecto de la Trinidad se refleja en la vida de la Iglesia. La tragedia para nosotros es que nuestro testimonio se ve comprometido por nuestra fractura y por eso mostramos una Trinidad fracturada.
El formidable teólogo Leslie Newbigin ha observado, desde principios del siglo XX, que hay tres divisiones en la Iglesia universal. Estamos divididos según las personas de la Trinidad: una Iglesia del Padre, una Iglesia del Hijo y una Iglesia del Espíritu.
Le parece como si los católicos y los ortodoxos reflejaran más bien al Padre, los protestantes al Hijo y los pentecostales al Espíritu Santo.
Según él, el Padre está representado por los católicos y los ortodoxos, con quienes la Iglesia resuena con la majestad y la excelencia de la grandeza. Nos encontramos con la magnificencia y el poder de Su presencia, ante Quien nos derretimos en santo temor. Nos inclinamos ante la gloria del Padre trascendente en la liturgia, la arquitectura y la espiritualidad. Cristo está representado como el Pantocrator, el Cristo del juicio final, el rey cósmico.
La faz protestante de la Iglesia a menudo refleja el poder y la claridad de la Palabra de Dios, el Logos. El encuentro con el carpintero que, con el poder de Su Palabra, sacudió al mundo dormido. El siervo sufriente, que se dirige hacia la humillación y la crucifixión, dispersando demonios y fariseos a Su paso. El Buen Pastor que derrite el corazón humano a través de parábolas, y habla con poder ilimitado a través de la Biblia.
La parte pentecostal de la Iglesia emerge con su enfoque en el poder y los dones, los frutos y el dinamismo del Espíritu Santo.
Tenemos así tres caras de la Divinidad, pero en lugar de reflejar la profunda unidad espiritual y existencial de esta Divinidad, experimentamos y presentamos una profunda división en la que tenemos dificultad para reconocernos y respetarnos unos a otros. Tenemos dificultades para reconocer los rostros de Dios y los carismas que Él ha distribuido a través de Su Iglesia. Esto ofusca nuestro anhelo y deber de buscar la reconciliación y la sanación.
¿Y qué es lo que impide nuestra experiencia de reconciliación y unidad, más allá de nuestro pecaminoso orgullo, nuestros malentendidos y nuestra falta de integración hacia adentro y hacia afuera?
Hay un combate espiritual y metafísico que debemos ganar.
EL ESPIRITU DE RACIONALISMO
Encontrar nuestra seguridad y nuestra dicha en compañía de nuestro Creador no es simplemente una cuestión de voluntad. Hay barreras que se interponen en nuestro camino. Los Mensajes nos muestran muy claramente que uno de los principales obstáculos espirituales que nos desubican, a nosotros y a la Iglesia, es la oposición que proviene de Satán, y una de sus expresiones más eficaces es el espíritu de racionalismo. El racionalismo apela especialmente a los inteligentes y a los competentes. Nos crea la ilusión de que tenemos el control mental, y nos encanta tener ese control. Pero es una forma intelectual de materialismo. Oscurece la realidad del mundo espiritual y la geografía del Reino de los Cielos, tal como es realmente. Tergiversa las verdades del Reino.
Los Mensajes son implacables en su advertencia contra la estrategia de nuestro enemigo y en la denuncia de esa estrategia.
En lugar de sostener en alto el espejo de la Escritura y de la tradición, para medir hasta qué punto nos hemos sometido a la cultura circundante, demasiadas personas en la Iglesia han racionalizado los deseos de la sociedad y han comenzado a ajustarse a la forma y prioridades de nuestra decadente cultura.
¿Cuántos clérigos, en su búsqueda de aprobación intelectual y cultural han sido presa de esa búsqueda de aceptación, en términos de orgullo intelectual secular y de aprobación, en lugar de permanecer fieles a Dios? ¿Cuántos se han tragado la teología racionalizada que ha dominado seminarios y universidades durante los últimos 100 años, eliminando lo milagroso y lo metafísico, y poniendo la fe en segundo lugar, después de la espiritualidad y el trabajo social?
Se nos advierte en los Mensajes:
(27 de septiembre de 1988)
Sabemos que Satanás, con sus dobles atributos como ‘divisor’ y ‘acusador’, ha devastado la Iglesia desde fuera y desde dentro.
Pero nuestro Señor es muy claro en Su análisis de aquello que enfrentamos en Su nombre.
(31 de enero de 1992)
Y he aquí el remedio para vencer a nuestro enemigo:
(16 de noviembre de 1988)
(7 de julio de 1992.)
¿A qué hemos sido llamados? A una profunda unidad en la Divinidad. Evagrius Ponticus describió hace mucho tiempo el camino de purgación, iluminación y unión al que estamos llamados. Los dos primeros no son difíciles de describir, pero la unión es más difícil. Para ello nos dirigimos a los Mensajes.
A través de los Mensajes de nuestro Padre, Quien envió a Su Hijo a encontrarnos y a liberarnos, y a llevarnos a casa por el poder de Su Espíritu, nos sentimos llamados a una nueva vida, a un hambre nueva y a una renovada peregrinación. Pongamos nuestra atención y nuestro corazón en los Mensajes de la Verdadera Vida en Dios, que nos recuerdan a qué estamos llamados, en la experiencia del Amor Divino que nos vincula en unidad con la Divinidad.
(3 de febrero de 2003)