27 de julio de 1990
(Rodas)
Explícame, Jesús mío,
cómo respetar y seguir Tu Ley,
y cómo observar Tus Mandamientos.
Guíame por la senda de Tus Mandamientos,
quiero meditar Tus preceptos.
Perdona mis faltas y mis pecados.
La paz esté contigo. Antes de que pronunciases una palabra, Yo ya te había perdonado1. Si no fuese por Mi Infinita Misericordia, bienamada, ya habrías sentido Mi Justicia sobre ti, pues todo lo que tienes es maldad y miseria.
Ven… No Me mires a distancia… Ven a Mí, acércate más. Te quiero como a las niñas de Mis Ojos. Alábame, amadísima Mía. Alábame, porque Mi Nombre es Santo.
(Más tarde:)
(Uno de los monjes que conocí derramaba lágrimas mientras yo le explicaba cuánto sufre Jesús.)
Ven a aplicar tu oído sobre Mi Pecho, hijo Mío, y escucha los Latidos de Mi Corazón. Cada Latido es una llamada a un alma, una súplica por una sonrisa, por un pensamiento… No derrames tus lágrimas por Mí, hijo Mío, sino por tus hermanos, por tus hermanas, que están muertos y en descomposición. No llores por Mí, hijo Mío, no llores por Mí… Ora por ellos, para que Mi Padre les envíe Mi Espíritu de Entendimiento. ¿De qué otra manera modo se van a convertir?
Vassula, dales la oración que recibiste de tu Santa Madre, y Yo les pido que la recen diariamente.
Ven, las Escrituras se están cumpliendo… Yo, el Señor, estoy construyendo altares de incienso sobre los altares que debieron haber existido, pero que quedaron devastados por no haber nadie para utilizarlos o iluminarlos.