21 de octubre de 1991
Tu Misericordia, ¡oh, Señor!, ha alentado en mí
y ha infundido un Espíritu viviente en mi interior,
en el núcleo donde Él habita.
Fue Tu Palabra, Señor, que sana todas las cosas,
la que me ha sanado a mí.
Y el Dios invisible, de repente,
se hizo visible para mí.
Y la oscuridad de mis ojos vio una Luz,
una columna de Fuego Ardiente,
para guiar mis pasos hacia el Cielo.
Y las Tinieblas que me aprisionaban
y aterrorizaban mi alma fueron vencidas
por La Estrella de la Mañana,
que dio a mi alma Esperanza, Amor y Paz
y un gran consuelo,
porque supe que el Amor y la Compasión Mismos
eran mi Santo Compañero para el viaje de mi vida.
Hijita Mía, el Amor está contigo y ningún poder de abajo puede ni podrá jamás separarte de Mí. Camina en Mi Luz y permanece unida a Mí.