I Si la gente hiciera caso, en serio, de la llamada de Dios a la oración, todos los hombres y mujeres serían ya santos. Si cada cual aceptara y practicara la Unidad en la Diversidad en las Iglesias, como el Señor lo está pidiendo, habría ya una esperanza de que la Oración de Jesús al Padre se cumpliera. Si cada ser humano respondiera al Amor que Dios despliega en Sus Mensajes en La Verdadera Vida en Dios, a cada uno de nosotros, nuestras vidas se convertirían en un Himno de Amor. Si la gente se tomara en serio las advertencias de Cristo acerca de la furia de Satanás en estos últimos tiempos, Satanás ya habría sido vencido y expulsado de los corazones de los hombres y del mundo entero. Si todas las religiones del mundo respondieran a la llamada de Dios a la reconciliación, todos los hombres y mujeres se reconocerían ya mutuamente como hermanos y hermanas, descendientes de un único Origen.
Y si todos fueran conscientes de que estamos viviendo un tiempo inefable de Gracia y Misericordia, y de que Dios está renovando Su creación con todo Su Poder, no cesaríamos jamás de alabar a Dios día y noche, ¡y nuestros corazones se volverían una hoguera ardiente de fervor!
Aprendamos de los Profetas del pasado, contemplando cómo, a lo largo de su camino, aprendieron a renunciar a sí mismos, a abnegarse, anteponiendo los Intereses de Dios y a Dios Mismo en su vida. Aprendieron a despojarse de su ego y de su voluntad.
Convirtámonos hoy en guerreros de la rectitud, pidiendo a Dios un valor indomable, para que el celo y el amor que sentimos por Él se dirijan hacia el bien y la gloria de Dios. Podemos ser débiles, pero Dios nos sostendrá con Su fuerza. Quizás no sea fácil, pero, en nuestra lucha, podemos poner nuestra confianza en Dios, quien nos enseñará cómo perseverar y cumplir nuestra misión, glorificándole.
Tenemos que permitir a Dios que nos despoje de todo lo que es mundano, a fin de imprimir en nosotros Su Propia y Santa Imagen. Por muy duramente que nos acosen nuestros opresores, no seremos quebrados ni dominados, sino que serán ellos los que tiemblen en nuestra presencia. En nuestra pobreza de espíritu, daremos a Dios la posibilidad de invadirnos con Su Luz, iluminándonos con la Sabiduría; en medio de nuestra miseria e incapacidad, Dios nos dará la nobleza de espíritu necesaria para llevar a cabo Su Palabra sin miedo.
Por lo tanto, huyamos de la complacencia y la comodidad que el mundo nos ofrece, rasguemos esa crisálida segura que hemos tejido a nuestro alrededor, rompamos nuestros grilletes y seamos libres para ganar lo que los profetas de antaño recibieron; y nuestra alma se convertirá en una fuente de lágrimas de arrepentimiento, cuando nos demos cuenta de Quién era Aquél que estaba a la puerta de nuestro corazón, llamando durante todos estos años.
Jesús me dijo un día: “No dejes nunca que nada te desanime, si la paz tarda en llegar, porque, ¿acaso has oído decir de algún país que haya nacido en un solo día? Así como la tierra hace nacer cosas nuevas, así como un jardín hace brotar las simientes, así tu Creador hará que la paz y la integridad broten a la vista de todas las naciones, cuando vuestras oraciones lleguen hasta Él.”
Terminaré dándoos un pequeño ejemplo de un árbol. Todas las ramas de un árbol son santas si la raíz es santa. Sin duda algunas de las ramas han sido cortadas, y, como brotes de olivo salvaje, han sido injertadas entre el resto para compartir con ellas la rica savia proporcionada por el mismo olivo; pero, aun así, aunque pienses que eres superior a las demás ramas, recuerda que tú no sostienes la raíz; es la raíz la que te sostiene a ti. Y la raíz es Dios.
Por lo tanto, todos nosotros tenemos no sólo un importante papel que desempeñar, manteniendo la paz y la unidad, sino también una obligación. Espero sinceramente que llegue el día en que, mediante nuestros esfuerzos, conseguiremos la paz a la que todos aspiramos y que Dios espera de nosotros, y que podamos decirnos un día unos a otros, sinceramente: “Hermano mío, hermana mía.”