Mons. Paolo María Hnilica S.J. Obispo de Rusado (Romano Católico)

(Como en el caso del P. Vasile Axinia, en el último momento, debido a una enfermedad, al Obispo Hnilica no se le permitió viajar a Tierra Santa. Su discurso preparado fue leído en la conferencia)

Encontrándome aquí con vosotros, en Jerusalén, donde en la plenitud de los tiempos nació la Iglesia, y lugar hacia el cual –en la perspectiva escatológica- la Iglesia itinerante camina y se dirige, más que una conferencia, quisiera hacer una meditación o, mejor aun, una oración. Una oración triste por aquella única Iglesia de Cristo que el Hijo concretó en el tiempo según la modalidad pensada desde la eternidad por su Padre, tomando el ejemplo de los Apóstoles reunidos con María, madre de Jesús, unidos y perseverando en la oración.

Sí, hermanos, pienso que, mejor que perdernos en inútiles discusiones acerca de la diversidad y posible compatibilidad de las muchas iglesias de Cristo hoy existentes, es más útil hablar del ecumenismo, zambullirse en el pensamiento de la Santísima Trinidad, pidiendo con la sencillez de los niños poder conocer su proyecto manifiesto –o aun escondido para nuestro entendimiento- acerca de cómo debe ser la iglesia por ellos pensada desde la eternidad. Conscientes de que todos nosotros queremos pertenecer a esa única iglesia, y en aquel único modelo propuesto por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu queremos reflexionar sobre nuestra conducta y conformar nuestra fe.

Ya en el Antiguo Testamento, con la creación del hombre, comienza a tomar forma y a construirse aquel proyecto de la única iglesia de Cristo, que se revelará en la plenitud de los tiempos. Aquella plenitud de los tiempos de la cual celebramos este año el Jubileo del bimilenario.

En Génesis 3,15, leemos que Dios, después del pecado de los primeros padres, dice a la serpiente: “pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje; éste te aplastará la cabeza y tú le acecharás el calcañar.”

La mujer es la iglesia, la mujer es María; y la descendencia de ella es Cristo que forma una unidad indisoluble con su cuerpo místico: la iglesia, que quiere decir todos nosotros.

En efecto en Isaías 7,14 leemos: “Por tanto, el Señor mismo os dará una señal: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel…”, y en Isaías 11,1 –hablando de Cristo- “saldrá un retoño del tronco de Jesé…” Y en los versículos siguientes, Isaías enumera los modos de actuar y las características del renuevo que brotará del tronco de Jesé, diciendo: “descansará sobre él el espíritu de Yahvé; espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de conocimiento y temor de Yahvé. Su delicia consistirá en el temor de Yahvé; no juzgará según lo que ven los ojos, ni fallará según lo que oyen los oídos sino que juzgará a los pobres con justicia y fallará con rectitud a favor de los humildes de la tierra….”

Todo esto para decirnos que la grandeza de Dios está en su Kenosis (la renuncia de su naturaleza divina en la Encarnación), a la que hace referencia Pablo en Filipenses 2,5-8: “Tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús; el cual siendo su naturaleza la de Dios, no miró como botín el ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en la condición de hombre se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”

La grandeza de Dios está pues en humillarse para nacer de una mujer, como cualquier otro hombre. Llegando a ser nuestro consanguíneo, enaltece a María, la hija de la humanidad, que el Padre desde tiempos antiguos preparó y enriqueció con toda clase de gracias. Aunque era una de nosotros, se convirtió en la madre de Dios, realizando así una más íntima colaboración con el plan de Dios en relación con su nueva familia que es la Iglesia.

Isaías describe, en los versículos 6-9 del capítulo 11, como cambiará la relación entre los hombres y entre los seres vivientes, cómo la sabiduría del Señor llena la tierra como las aguas cubren el mar. Ya que en aquel tiempo sucederá que: “…habitará el lobo con el cordero, y el leopardo se acostará junto al cabrito; el ternero y el leoncillo andarán juntos y un niñito los guiará,…” “no habrá daño ni destrucción en todo mi santo monte…”

Luego están las profecías y las poesías de Oseas, de Isaías, de los Libros del Pentateuco –por citar algunos- que hablan del Dios de Jesucristo, ocupado –con pasión y celo- en preparar a su pueblo para recibir al hijo unigénito, cuando nazca de la Virgen en la plenitud de los tiempos; estipulando progresivamente con su pueblo, alianzas siempre más estrechas y comprometedoras.

Dice a Noé: “…He aquí que Yo establezco mi pacto con vosotros, y con vuestra descendencia después de vosotros; y con todo ser viviente que esté entre vosotros… no será exterminada ya toda carne con aguas de diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra…” Pondré mi arco en las nubes, que servirá de señal del pacto entre Mí y la tierra. Cuando Yo cubriere la tierra con nubes y apareciere el arco entre las nubes, me acordaré de mi pacto que hay entre Mí y vosotros y todo ser viviente de toda carne…” (Gen. 9,8-16).

Es así que se nos revela que Dios, desde siempre, ha pensado en la iglesia, como en su familia, a quien donarse, y con la cual desea convivir la misma vida de amor de la Trinidad. Y a Abraham, su amigo y nuestro padre en la fe:: “…No temas Abram; Yo soy tu escudo, tu recompensa sobremanera grande … uno que saldrá de tus entrañas, ése te ha de heredar.” Y le sacó fuera, y dijo: “mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas” y le agregó: “así será tu descendencia…” “Yo soy Yahvé que te sacó de Ur de los Caldeos a fin de darte esta tierra por herencia…” En aquel día hizo Yahvé alianza con Abram, diciendo: A tu descendencia he dado esta tierra…” (Gen. 15,1-21)
Y aún más: “…Yo soy el Dios Todopoderoso; camina en mi presencia y sé perfecto. Yo estableceré mi pacto entre Mí y ti, y te multiplicaré sobremanera…” “…Por mi parte he aquí mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamarás más Abram, sino que tu nombre será Abraham, pues padre de muchedumbre de pueblos te he constituido. Te haré fecundo sobremanera, te convertiré en pueblos, y reyes saldrán de ti.” (Gen 17,1-9).

En el Libro del Deuteronomio, el Señor habla a su pueblo por boca de Moisés, diciendo: “Escucha Israel las normas que yo pronuncio hoy a tus oídos. Apréndelos y cuida de ponerlos en práctica. Acuérdate del día en el que compareciste delante del Señor tu Dios sobre el Horeb, cuando el Señor me dijo: Reúne al pueblo y yo le haré escuchar mis palabras, para que aprendan a temerme y así vivan sobre la tierra, y las enseñen a sus hijos…” “El Señor os habló de en medio del fuego; escuchabais el sonido de sus palabras pero no veíais figura alguna; había solamente una voz. Él os anunció su alianza, por la que os mandó observar los diez mandamientos, y los escribió sobre dos tablillas de piedra…” (DT 5,9-14)

Luego, en el Sinaí, el Señor se dirige directamente a Moisés, diciendo: “Tállate dos tablas de piedras como las primeras, sube donde mí, al monte y Yo escribiré en ellas las palabras que había en las primeras que rompiste… …Descendió Señor en forma de nube y se puso allí junto a él. Moisés invocó el nombre del Señor. El Señor pasó por delante de él y exclamó: “Señor, Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad; que mantiene su amor por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes; que castiga la iniquidad de los padres y en los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación…” “Mira, voy a hacer una alianza; realizaré maravillas delante de todo tu pueblo, como nunca se han hecho en toda la tierra, ni en nación alguna; y todo el pueblo que te rodea verá la obra del Señor; porque he de hacer por medio de ti cosas que causen temor. Observa bien lo que te mando hoy…” (Ex. 34,1-11)

Luego tenemos el afligido reclamo a la viña del Señor, del que leemos en Isaías 5,1-17: “…Voy a cantar a mi amigo la canción de su amor por su viña. Una viña tenía mi amigo en un fértil otero. La cavó y despedregó, y la plantó de cepa exquisita. Edificó una torre en medio de ella, y, además, excavó en ella un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agraces. Ahora, pues, habitantes de Jerusalén y hombres de Judá, venid a juzgar entre mi viña y yo: ¿Qué más se puede hacer ya a mi viña, que no se lo haya hecho yo?… Pues bien, la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantío exquisito…”

Por fin citemos a Oseas y su amor por la esposa infiel, imagen del pueblo de Dios que se postra ante los ídolos: “…¡Acusad a vuestra madre, acusadla, porque ella ya no es mi mujer, ni yo soy su marido!…” “Por eso Yo la voy a seducir: la llevaré al desierto halaré a su corazón. Le daré luego sus viñas, convertiré el valle de Acor en puerta de esperanza; y ella me responderá allí como en los días de su juventud, como en el día en que subió del país de Egipto. Y sucederá aquel día, oráculo del Señor, que ella me llamará: “Marido mío” y no me llamará más: “Baal mío”… …Haré en su favor un pacto el día aquel…Yo te desposaré conmigo para siempre, te desposaré conmigo en justicia y equidad, en amor y compasión. Te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás al Señor…” (Os 2,14-22)

Llegamos así al Nuevo Testamento, en el que, 0 maravilla de las maravillas, con la encarnación de Cristo, se establece una alianza indisoluble entre Dios y la humanidad.

En el libro del Apocalipsis tenemos la descripción de la Jerusalén celestial, en la cual todas las promesas llegan a ser una realidad en plenitud:: “…Vi también la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: “Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado”… (Ap. 21,2-4)

Luego, en las cartas de Pablo a los Efesios y a los Colosenses encontramos abundantísimas referencias a cuáles son y deben ser las características de aquella única familia de Dios que es la Iglesia de Cristo.

En Efesios 1,3-23 leemos: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo. Por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad. Para alabanza de la gloria de su gracia, con la que nos agració en el Amado. En él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra. A él, por quien entramos en herencia,… En él también vosotros, tras haber oído la palabra de la verdad, la buena nueva de vuestra salvación, y creído también en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda de nuestra herencia… …Pueda él iluminar los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cual es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos, y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo… Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo…”

En Colosenses 1,9-29: “por esto tampoco nosotros, dejamos de rogar por vosotros, desde el día que lo oímos, y de pedir que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios; confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria, para toda constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. Él nos libró de poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en que tenemos la redención: el perdón de los pecados. Él es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades. Todo fue creado por él y para él. Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia. Él es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que él sea el primero en todo. Pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos… Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia, de la cual he llegado a ser ministro, conforme a la misión que Dios me concedió en orden a vosotros para dar cumplimiento a la Palabra de Dios, al Misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos… Al cual nosotros anunciamos amonestando e instruyendo a todos los hombres con toda sabiduría a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo (pero en el Cristo uno, no dividido)…” (Co 1,9-29)”

Y en 1 Corintios 12,4-14 leyendo: “Hay diversidad de dones, más el Espíritu es uno mismo, y hay diversidad de ministerios, mas el Señor es uno mismo; y hay diversidad de operaciones, mas el mismo Dios es el que las obra todas ellas en todos. A cada uno, empero, se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común. Porque a uno, por medio del Espíritu, se le otorga palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el mismo Espíritu; a otro, en el mismo Espíritu, fe; a otro carisma de curaciones, en el único Espíritu; a otro poder de milagros; a otro profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad… Pues del mismo modo que el cuerpo es uno aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. En efecto el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos…”

Esto nos hace pensar que: si la iglesia es el cuerpo de Cristo, y si el cuerpo está hecho de tantos miembros, entonces cada uno de nosotros está llamado a colaborar activamente en la Iglesia, como miembro vivo de su cuerpo. Quizá precisamente a propósito de este nuestro tema del ecumenismo, tendríamos que saber que hay muchas formas diferentes de expresar la misma fe, pero es necesario recordar que solo hay un Espíritu Santo y un solo cuerpo de Cristo.

Preguntémonos: a los 4.000.000.000 o más de hombres que no conocen a Cristo y nada saben de su Evangelio, ¿no podríamos darles el más alto testimonio si lográsemos realizar la unidad entre nosotros?

Primacía de Pedro

Después de haber hablado de la iglesia como la Palabra de Dios nos la presenta en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, ahora introduzco el tema de la centralidad del primado de Pedro para la única Iglesia de Cristo y el diálogo ecuménico, comentando o parafraseando el discurso de Su Santidad Juan Pablo II, en la Fiesta de la Cátedra de Pedro, el pasado 22 de febrero. .

Desde el momento en que Cristo dio vida a su iglesia, ha querido dotarla de una estructura jerárquica visible, que tiene a Pedro como fundamento–como cabeza y primero entre los otros apóstoles- el cual, en comunión con cada uno de ellos –colegio apostólico- apacienta el rebaño que le ha sido confiado. Ha querido configurar su iglesia sobre las coordenadas del mandamiento nuevo, que se expresan en la forma de servicio recíproco del que ha dado ejemplo la tarde del jueves santo: “Después de lavarles los pies, tomó sus vestidos, se puso de nuevo a la mesa y les dijo: comprendéis lo que os he hecho, vosotros me decís: Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy.

Si, pues, Yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, vosotros también debéis unos a otros lavaros los pies, porque os he dado el ejemplo, para que hagáis como Yo os he hecho”… (Juan 13,12-15);

y nos da un modelo de autoridad en el que el poder se ejercita sirviendo, porque –como nos recuerda Lucas- el que es mayor, tiene que llegar a ser el siervo de todos: (Lc 22,24-26): “…Entre ellos hubo también un altercado sobre quién parecía ser el mayor. Él les dijo: “los reyes de las naciones gobiernan como señores absolutos y los que ejercen la autoridad sobre ellos se hacen llamar Bienhechores: pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el menor; y el que manda como el que sirve.”

De este modo recuerda a sus apóstoles que es imposible hacer a su iglesia visible más allá y fuera de estos dos criterios fundamentales: de una autoridad de servicio y de un amor recíproco dispuesto a cualquier sacrificio.

Cristo ha querido caracterizar la vida y el ministerio de los pastores de su iglesia, con algunos signos específicos que les reconozcan ante al mundo –que expresa otras tantas enseñanzas y deseos de Jesús, nuestro Señor- y que hoy a través de mi pobre palabra, quisiera proponer a todos –a cada uno según la vocación recibida- escuchar nuevamente:

* ¡Según como os amaréis, sabrán que sois míos!
* ¡Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón!
* ¡Sed perfectos como es perfecto vuestro padre, que hace brillar sol sobre los buenos y sobre los malos!
* ¡Sed misericordiosos como es misericordioso vuestro Padre!
* ¡Buscad tener un solo corazón y una sola alma, para que el mundo crea!
* ¡Que vuestra carta constitucional sean las bienaventuranzas!
* ¡Amaos los unos a los otros como yo os he amado!
* ¡Manifestad el amor trinitario presente y actuando en mi iglesia, recordando que yo os he amado como el padre me ha amado!
* ¡Amar es dar la vida por los amigos!
* Evitad escuchar solamente lo que place a vuestros oídos y corregid a los hermanos como se lee en Tt. 1,13-14. “…Este testimonio es verdadero. Por tanto repréndeles severamente, a fin de que conserven sana la fe, y no den oídos a fábulas judaicas, ni a mandamientos de hombres que se apartan de la verdad…”
* Acordaos de rezar como Pablo enseña en Ef. 3,14-16, cuando nos dice: “..Por esto doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis vigorosamente fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior…”

Hermanos míos, es muy importante hoy en día declararse abiertamente por la verdad; para que no suceda que quien no comprende bien nuestro modo de pensar, nos ponga junto con aquellos, que aún perteneciendo a su iglesia, combaten la verdad de Cristo.

El momento culminante de las revelaciones del tipo de iglesia que está en la mente del Padre y que Cristo quiere fundar, lo tenemos en Cesarea de Filipo, donde se nos dan los principios básicos en los cuales –más allá de las diferencias de expresión y de método- deben necesariamente encontrarse aquellos que dicen pertenecer a la única Iglesia de Cristo; una iglesia con Pedro a la cabeza, que tiene en el amor fraterno –llevado hasta la entrega de la vida- el apropiado modelo de comportamiento.

En efecto, aquel Pedro que Jesús había elegido desde su primer encuentro (cfr. Juan 1,41-42) como cabeza de su iglesia, que es elegido por el Espíritu Santo: les dice: “¿Y vosotros quién decís que soy Yo?” Simón Pedro le contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.” Tomando entonces la palabra Jesús le respondió:“Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos…”

Por lo tanto, apenas recibe confirmación la elección de Pedro por parte del Espíritu, procede a recalcar y exponer a los apóstoles su proyecto de iglesia y a asegurar que su Padre la sostendrá siempre:“Yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas de los infiernos no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos y todo lo que uniereis sobre la tierra será unido en los cielos, y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos…”

Dice Juan Pablo II a estos efectos: “La palabra de Dios atrae nuestra atención acerca de lo que Cristo ha dicho a Pedro, y de Pedro. El ministerium petrinum, es decir, el servicio propio del Obispo de Roma, con el cual cada uno de vosotros en su propio lugar de trabajo está llamado a colaborar, nos une en una única familia e inspira nuestra oración en el solemne momento de hoy, fiesta de la Cátedra de San Pedro… “… Tú eres el Cristo”: sobre esta profesión de fe de Pedro, y sobre la consecuente declaración de Jesús: ”Tú eres Pedro”, se funda la Iglesia. Un fundamento invencible, que las potencias del mal no pueden derribar: para su tutela está la voluntad misma del Padre que está en los cielos…. …La Cátedra de Pedro, que hoy celebramos, no se apoya sobre seguridad humana –la carne y la sangre- sino sobre Cristo, piedra angular. Y también nosotros, como Simón, nos sentimos ‘felices’, porque sabemos que no tenemos ningún motivo para vanagloriarnos, salvo en el designio eterno y providente de Dios…”.

Pedro, elegido por Cristo, aprenderá poco a poco que el servicio por el cual ha sido destinado, lo llama:

• A desconfiar de las propias fuerzas humanas: “…Pedro le dijo: ‘aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré’. Jesús le dijo: “verdaderamente te digo: precisamente tú hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante dos veces, me renegarás tres veces…” (Mt. 26,33-34). Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: “¿conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil…” (Mt. 26,40-41). “…En aquel momento, estando aun hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le dijo: ‘Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces’. Y, saliendo afuera, rompió a llorar amargamente (Lc. 22,61-62)”

• A creer que es Dios mismo quien conduce la iglesia sirviéndose de él: “Yo mismo iré en pos de mis ovejas, y las cuidaré. Yo las apacentaré y las haré descansar”. (Ez 34,11-15)

• Que la Iglesia no sucumbirá sólo porque Cristo ha rezado y reza por esto: “…Por ellos ruego yo; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío; y yo he sido glorificado en ellos. Ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre Santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros… …No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno… Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ello me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad. No ruego sólo por estos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno como tú Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado… (Jn 17,20 y ss)”

• y que a El le pide solamente confirmar a los hermanos y estar plenamente disponible a amar: “Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como se hace con el trigo. Pero Yo he rogado por ti a fin de que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos”. (Lc 22,31-34 “…habiendo pues almorzado, Jesús dijo a Simón Pedro: ’Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú más que estos?’. Le respondió: ‘si Señor, Tú sabes que yo te quiero’. Él le dijo: ’apacienta mis corderos’. Vuelve a decirle por segunda vez: “Simón de Juan, ¿me amas?” Le dice él: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Le dice Jesús: “Apacienta mis ovejas.”… (Jn 21,15-18)

Dice el Papa: “…La primera lectura trata acerca del célebre oráculo del profeta Ezequiel sobre los pastores de Israel, evoca con fuerza el carácter pastoral del ministerio petrino. Es el carácter que mejor refleja la naturaleza y el servicio de la Curia Romana, cuya misión es precisamente colaborar con los sucesores de Pedro para desempeñar la obligación asignada por Cristo de apacentar el rebaño.

‘… Yo mismo’: son las palabras más importantes. Manifiestan, en efecto, la determinación con la cual Dios entiende tomar la iniciativa ocupándose de su pueblo en primera persona. Nosotros sabemos que la promesa ‘Yo mismo’ se ha hecho realidad. Se cumplió en la plenitud de los tiempos, cuando Dios ha enviado su Hijo, el Pastor bueno, a apacentar el rebaño con la fuerza del Señor, con la majestad del Nombre del Señor. (Cfr Miqueas 5,3)

Lo ha enviado a reunir a los hijos de Dios dispersos ofreciéndose él mismo como cordero, dulce víctima de expiación sobre el altar de la Cruz. Es este el modelo de Pastor, que Pedro y los otros Apóstoles han aprendido a conocer y a imitar estando con Jesús y compartiendo su ministerio mesiánico.

He aquí la promesa de Cristo, nuestra consoladora certidumbre: el ministerio petrino no se basa en las capacidades y fuerzas humanas, sino en la oración de Cristo, que implora al Padre para que la fe de Simón no falle.

‘Una vez arrepentido’ Pedro podrá cumplir su servicio en medio de sus hermanos. El arrepentimiento del Apóstol –podríamos casi decir una segunda conversión- constituye así el paso decisivo en su itinerario en el seguimiento del Señor…

…Nos ayuda verdaderamente la vicisitud de Pedro, su experiencia de la debilidad humana… No obstante su pecado y sus límites, Cristo lo eligió y lo llamó a una altísima responsabilidad: la de ser el fundamento de la unidad visible de la Iglesia y de confirmar a los hermanos en la fe”. Pedro, finalmente, que espera la unción de Pentecostés en el cenáculo junto a María y a los otros discípulos unidos y asiduos en la oración, nos dice que la iglesia querida por Jesús, tiene en aquella asamblea su prototipo.

Dice todavía Juan Pablo II concluyendo su discurso: “Virgen Santa, que has acompañado con la oración los primeros pasos de la Iglesia naciente, vela sobre nuestro camino. Obtenednos el experimentar, como Pedro, el constante sostén de Cristo.

Ayúdanos a vivir nuestra misión al servicio del Evangelio en la fidelidad y en la alegría, en la espera del glorioso retorno del Señor, Cristo Jesús, el mismo ayer, hoy y siempre…” Antes de terminar, quisiera añadir alguna otra reflexión para ver si, en nuestra práctica de la vida eclesial, estamos más o menos cerca de aquel modelo de iglesia con Pedro a la cabeza, quien sirve y apacienta el rebaño que le ha sido confiado, y que el Padre ha pensado desde la eternidad, el Hijo ha realizado históricamente en el tiempo, y el Espíritu conduce a su cumplimiento, cuando Cristo será todo en todos y entregará al Padre a todos los que le han sido confiados.

• El Padre sueña con reunir a todos los rebaños en el único redil del cual Jesús, su Hijo, es el gran Pastor de las ovejas. Pero, cuántas veces en el redil de Cristo nos pasamos el tiempo litigando, para saber quien es el mayor entre nosotros.

• Jesús ruega al Padre para que todos nosotros seamos uno, como Él y el Padre son uno. Pero nosotros nos alabamos a menudo a nosotros mismos y agradecemos a Dios por pertenecer a una religión que nos procure la salvación; nos sentimos justificados, aun sabiendo que solamente el modo de acercarse a Dios del publicano lo hace volver a su casa perdonado de sus pecados.

• El credo de nuestros hermanos, las posibles razones de los otros, a menudo, muy a menudo, no se tocan, ni nos molestamos con ellas. Sin embargo, la duda, cuando no es duda de fe ni de doctrina, es muy saludable.

• ¿Cómo podemos esperar que el Padre nos dé la unidad, si en el interior de nuestra Iglesia nos preocupamos por tener, o asegurar, cada uno nuestro pequeño ámbito, un territorio apostólico nuestro en el cual realizar la evangelización y la caridad? El sectarismo del que habla Pablo en 1Cor 11,13: “He sabido por vosotros por los de Cloé, que existen discordias entre vosotros. Me refiero a que cada uno de vosotros dice: “Yo soy de Pablo”, “yo soy de Apolo”, “yo de Cefas”, “yo de Cristo”. ¿Está dividido Cristo?…” no nos conduce ciertamente a aquella distinción de la diversidad, sobre la que el Espíritu realiza la unidad. “He sabido por vosotros por los de Cloé, que existen discordias entre vosotros. Me refiero a que cada uno de vosotros dice: “Yo soy de Pablo”, “yo soy de Apolo”, “yo de Cefas”, “yo de Cristo”. ¿Está dividido Cristo?…” no nos conduce ciertamente a aquella distinción de la diversidad, sobre la que el Espíritu realiza la unidad.

• Cuando pensamos en nuestra fe como un patrimonio solamente nuestro, y no queremos que otros lo utilicen como nosotros para el bien de los hermanos, como nos relata Lucas: “…Tomando Juan la palabra dijo: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros.” Pero Jesús le dijo: “no se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros”. (cfr Lc 9,49-50); ¿No transformamos tal vez el servicio del Evangelio en un poder, en una sentencia que discrimina, en vez de favorecer la unidad entre los cristianos?

Quisiera terminar pidiéndoles que oren conmigo al Padre, pidiéndole el don de la unidad con las palabras de su Hijo, como las transmite Juan en su Evangelio, con la certeza de que cuando dos o más están reunidos en su nombre, él está presente entre nosotros.

“Como el padre me amó, así yo os he amado”, es decir: mientras dure este amor trinitario, durará la única Iglesia de Cristo; oremos para que el Padre ¡nos conceda verdaderamente realizar los designios de su Iglesia y no nuestros designios humanos!
Antes de la oración quisiera subrayar dos cosas muy importantes que leeremos en breve. Si el mundo aun no cree es porque nosotros no hemos hecho lo suficiente para alcanzar la unidad; en efecto dice Jesús: ‘Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que sean también ellos una sola cosa en nosotros, para que el mundo crea…’

Nuestra unidad no alcanzada condiciona la fe de aquellos que todavía no creen o ya no creen; porque nuestra falta de unidad les impide conocer el amor de Dios y sentirse personalmente amados por Dios. Debemos preguntarnos seriamente acerca de estas palabras de Jesús: ‘que sean perfectos en la unidad y sepa el mundo que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí…’

Y ahora, con las palabras de Pablo a los Romanos (Rm 15,5-7): “…Seos mutuamente favorables, así como Cristo lo fue con vosotros para gloria de Dios. El Dios de la paciencia y de la consolación os conceda un unánime sentir entre vosotros según Cristo Jesús, para que con un mismo corazón y una sola boca glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”, dispongámonos a la oración:

“Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Ya que le has dado poder sobre toda carne, que dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar.

Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los que me has dado sacándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti porque yo les he comunicado lo que tú me comunicaste; ellos han aceptado verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado.

Por ellos ruego yo; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío; y yo he sido glorificado en ellos. Ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo y yo voy a ti. Padre Santo, cuida en tu Nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros.

Cuando yo estaba con ellos, cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría en plenitud.

. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo sino que los guardes del Maligno. No son del mundo, como yo no soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad. No ruego sólo por estos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno.

Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que yo les he amado a ellos como tú me has amado a mí. Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que tú me has dado, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y estos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos.” (Juan 17)

Mons. Paolo María Hnilica S.J.
Obispo de Rusado (Romano Católico) Marzo 2000