Mons. Simon Atallah, O.A.M
Obispo Emérito de Baalbek-Deir El-Ahmar (Maronita), Líbano.Ex presidente del Comité Episcopal para Asuntos Ecuménicos

Tender puentes

«El género humano vive hoy una época nueva en su historia, caracterizada por cambios profundos y rápidos, que se extienden poco a poco por el mundo entero» (Vaticano II, Gaudium et Spes, Introducción).

Por su parte, la Iglesia intenta ser una interlocutora veraz en la sociedad, en lugar de quedar relegada al papel de un árbitro que se reduce a bendecir o a censurar. De hecho, la Iglesia, en una actitud constructiva de diálogo, desearía participar en las innumerables búsquedas de sentido. El lenguaje de la fe, en efecto, en todos sus modos de expresión, debe tener en cuenta esta verdadera metamorfosis social y cultural (ibid., Gaudium et Spes). Por su parte, el Observatorio, «Fe y cultura», del Consejo Ecuménico de las Iglesias, intenta ser un espacio en el que la cultura alimenta hoy su diálogo con la fe.

La iglesia convoca a todos sus fieles a que se comprometan activamente en el diálogo interreligioso. Este diálogo entre cristianos y creyentes de otras religiones, en cierto sentido, no existe. Por otro lado, el carácter personal de todo diálogo interreligioso, nos permite establecer los principios fundamentales de todo diálogo y medir las exigencias del mismo.

Si echamos una mirada a lo que ha sucedido y sigue sucediendo en los círculos religiosos, especialmente en los últimos años, encontramos que un número cada vez mayor de fieles de distintas religiones se reúnen – tal vez por casualidad, – no sólo en los países lejanos, sino también y sobre todo en el Oriente Medio y en Europa.

Se hace necesario otro comentario: gracias a los medios de comunicación, es imposible dejar de reconocer que el cristianismo, aunque siga siendo la religión predominante de Occidente, a escala mundial no es más que una religión de tantas. De hecho, allí donde las otras religiones han desempeñado el papel relevante, las comunidades cristianas no han constituido más que ínfimas minorías.

En este contexto, la iglesia se ha hecho cargo de la necesidad de establecer contactos, de manera concertada, con las diferentes religiones (cf. La Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas). Esta política de diálogo requiere la adopción, al menos, de ciertos principios fundamentales que permitan tender puentes entre los pueblos a cuyas religiones pertenecen.

1 – El que quiera tender puentes para entrar en comunicación, o mejor dicho, en diálogo, con el otro, con cualquier otro, debe, ante todo, sentir respeto profundo y sincero por su interlocutor, sea quien sea. Es totalmente necesario reconocerle el derecho a ser diferente. Es incluso necesario conmoverse por esta diferencia.

Si bien es cierto que debemos dejarnos interpelar por el otro, la consecuencia lógica es que también nosotros estemos preparados para interpelarlo. No hacerlo sería faltar a ese respeto por el otro que es la base misma del diálogo. En efecto, dado el caso de que ninguno de los participantes del diálogo sea lo suficientemente fuerte como para interpelar al otro, uno se cuestiona sobre la identidad de ese encuentro.

Por eso esa razón:

(a) estamos llamados a respetar profundamente tanto al hombre que se enfrenta a nosotros como su religión. Sin embargo, hay que admitir que, en el contexto de un diálogo interreligioso, si uno no hace el esfuerzo de comprender, tanto como sea posible, la religión del otro, no la puede respetar verdaderamente.

(b) Es necesario que ese respeto esté teológica y antropológicamente fundamentado. Un cristiano debe ser capaz de explicarse a sí mismo y explicar a sus hermanos cristianos, tanto como a sus interlocutores, por qué y cómo puede permanecer completamente fiel a su fe cristiana y sin embargo tener un profundo respeto por las otras religiones.

2 – Nada de lo que es verdadero y santo en otras religiones debe ser rechazado (Inculturación, Concilio Vaticano II, Nostra aetate, 2).

Todo cristiano debe considerar, con sincero respeto, esas maneras de actuar y de vivir, esas reglas y esas doctrinas que, aunque difieran en muchos puntos de lo que la Iglesia es y ofrece, a menudo “traen un rayo de verdad que ilumina a todos los hombres «(Nostra Aetate, 2).

Las religiones musulmana y judía no están, desde luego, dejadas de lado en Nostra Aetate. Al contrario, debido a vínculos particulares que les une a la Iglesia, porque las tres tradiciones derivan de raíces comunes de la fe de Abraham y de su creencia en un Dios único, el Consejo nos exhorta a los cristianos, a los musulmanes y a los judíos a hacer un esfuerzo por entendernos mutuamente.

En sus reflexiones sobre el diálogo interreligioso, los mismos Padres del Concilio, han optado por hablar de la sensibilidad de los pueblos «a la oculta fuerza inherente, que está en el curso de las cosas y de los acontecimientos», es decir, de las religiones tradicionales, del Hinduísmo, del Budismo, del Islam y del Judaísmo. Sería bueno pedir a los representantes de esas diversas religiones que esbozaran un breve panorama de cada una de las religiones mencionadas.

Conclusión: El diálogo interreligioso es la vocación del cristianismo.

En una conferencia – debate, titulada: «Las religiones en diálogo», profesores de teología e historia de las religiones del Instituto Católico de París analizaron la actitud de las grandes religiones (hinduismo, budismo, judaísmo, islam y religión de China) con respecto al cristianismo, y la actitud del cristianismo con respecto a esas grandes religiones. En su análisis de la palabra «diálogo», en primer lugar, y más tarde, analizando el compromiso de la Iglesia en este diálogo, los profesores vieron que este compromiso era comúnmente interpretado, por aquellos a quienes la Iglesia los dirigía, como un nuevo método de bien disfrazado proselitismo.

En cuanto a nosotros, nos incumbe demostrar que el hecho interreligioso sea a menudo percibido como la vocación del cristianismo. De hecho, la urgencia de este diálogo deriva de la visión cristiana del hombre, de la fe en Jesucristo, el Verbo de Dios hecho hombre y de la acción del Espíritu Santo. En el fondo, el compromiso con el diálogo interreligioso concierne a los cristianos de un modo peculiar. Pertenece a su propia vocación y debe ser integrado en su vida espiritual. De hecho, los cristianos deberían permanecer siempre humildes ante el misterio de Cristo y estar dispuestos a abrirse a las intuiciones espirituales de otros, con el fin de penetrarlo mejor. Cuando los cristianos se comprometen auténticamente en el diálogo interreligioso, esta humildad puede irradiar y convertirse en el mejor testimonio del respeto que realmente tienen por el misterio de Dios y, por supuesto, por el de los hombres. A la luz de este concepto, podemos llegar a decir que el compromiso en el diálogo interreligioso es inseparable de la misión que cada cristiano recibe en el momento de su bautismo. La vocación del cristiano y, por consiguiente, de cada hombre, consiste en tender puentes entre los hombres para predicar la solidaridad y difundir la paz por amor al Creador del mundo y al prójimo, ciudadano del globo terrestre. Todo hombre posee, de hecho, una profundidad que nadie, salvo Dios, puede llegar a sondear completamente. Negar esto sería ir en contra de lo que se define, en la fe cristiana, como la dignidad del hombre. Por desgracia, nuestras relaciones cotidianas con el prójimo rara vez reflejan esta realidad.

La Iglesia, en el Vaticano II, exhorta a todos sus hijos, a que, con prudencia y caridad, por medio del diálogo y la solidaridad, y la colaboración con aquellos que profesan otras religiones, reconozcan, preserven y hagan progresar los valores espirituales, morales y socioculturales que hay en ellos.»(Nostra Aetate, 2). En su encíclica Redemptoris missio, el Santo Papa Juan Pablo II insiste en el valor permanente del precepto misionero que brota del bautismo, diciendo: «todos los fieles y todas las comunidades cristianas están llamados a practicar el diálogo, aun cuando no esté al mismo nivel ni bajo modalidades idénticas.” La contribución de los laicos es indispensable para ese diálogo: por el ejemplo de sus vidas y por su acción, los fieles laicos pueden mejorar las relaciones con los fieles de distintas religiones y, además, algunos de ellos serán capaces de contribuir a la investigación y al estudio» (Redemptoris missio, 57).

Mons. Simon Atallah, O.A.M