28 de diciembre de 1988
Yo soy el Señor.
Flores Mías, estad en paz porque Yo, vuestro Señor, soy la Paz. Mi querida Creación, ¡cómo te amo! Eres preciosa para Mí. Vosotros, a quienes llamo flores, creced, creced en Mi Divina Luz. Orad por vuestros hermanos que todavía no han visto Mi Luz, orad por su conversión.
¡Flores! Tengo la intención de regaros. ¡Sí! Mi arroyo crecerá para convertirse en un río y Mi río crecerá para convertirse en un océano de Paz y Amor. He dicho que enviaré Mi Luz por todas partes y que “derramaré enseñanzas a modo de profecías, como legado para las generaciones futuras”1. Yo soy vuestro Consuelo y Quien más os ama.
Flores, sé que estáis viviendo en un período de oscuridad, de una oscuridad que sólo trae consigo sufrimientos, calamidades y aridez. Ha sido dicho que en estos tiempos muchos perderían el sentido de lo Divino y que vivirían a su antojo, sin poder distinguir el bien del mal.
Flores, cuando un alma se llena de materialismo y se aferra a todo lo que el mundo le ofrece, esa alma ha permitido que la invada la Oscuridad, sin dejar así ningún espacio para la Santidad, ningún espacio para que Mi Espíritu crezca en ella, ningún espacio para La Verdad y ningún espacio para Mi Luz. Esa alma vive en tinieblas. Por eso, la mayor parte de esta joven generación carece de espiritualidad y se niega a oír Mi Palabra y a reconocerme como Dios. Buscan pasiones degradantes, puesto que han renunciado a la Verdad Divina y van tras objetos materiales.
¡Yo sé, flores Mías, cuántos de vosotros sufrís al ver a alguno de los vuestros caminando en esa oscuridad, y abatidos por un sueño constante y profundo! Pero os digo que Yo, el Señor, estoy ante su puerta. Siempre estaré allí, golpeando hasta que Me oigan. ¡Nunca Me cansaré de golpear y jamás los abandonaré, jamás! Os amo a todos con un amor eterno, ¡este amor tan incomprendido!
Venid a Mí con todos vuestros problemas, ofrecédmelos a Mí y descansad. Venid a apoyaros en Mí. Yo soy vuestro Consuelo y os consolaré dándoos Mi Paz. Venid a vuestro Bondadoso Salvador y Yo sanaré vuestras heridas. No os canséis nunca de invocarme y de rezarme. Yo estoy siempre con vosotros. Os amo y os bendigo a cada uno. Bendigo a toda vuestra familia.
(Más tarde, nuestra Santa Madre:)
Hijos, acercaos a Jesús. Él os llama a todos desde Su Cruz. Complaced a Jesús amándoos unos a otros tanto como Él os ama, porque toda la Ley se resume en un solo mandamiento: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”2
Encontrad la Paz y el Amor en Su Corazón. Tomad Su Paz y Su Amor y propagadlos entre vosotros. Inundad el mundo entero de Su Divino Amor. Colmad vuestra alma de esa alegría que os ofrece Mi Hijo.
Pequeños, orad, orad y conversad con Dios. Guardad un vínculo constante con vuestro Padre del Cielo. Orad con fervor, que vuestras oraciones lleguen a Él. Orad con amor, que Él sienta vuestras oraciones.
¡Oh, hijos, cuánto os amo! Estoy siempre con vosotros. Estoy ahora aquí, con vosotros, y lo estaré cuando dejéis este lugar y entréis en vuestras casas. Nosotros estamos siempre Presentes y lo estaremos para siempre.
Yo os bendigo a todos, en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Nosotros.
(El Señor me ha pedido leer en Su reunión Gálatas 5 y 6. Así lo haré).