Hace algunos años escribí un artículo sobre la blasfemia contra el Espíritu Santo. Aquí deseo actualizar ese artículo, agregando algunas cosas más en él.

Muchas personas me preguntan qué es, exactamente, la blasfemia contra el Espíritu Santo. La blasfemia contra el Espíritu Santo es cuando uno condena la operación misericordiosa de Dios y la atribuye al mal y a los espíritus engañosos, cuando esa misma operación es, evidentemente, del Espíritu Santo. Los mejores ejemplos que tenemos son los que figuran en las Escrituras en Mt 12,22-32 y Mc 3, 22-30. Cuando Jesús realizó el milagro del hombre mudo y demoníaco, sanándolo, los fariseos, que lo odiaban, al oír hablar de este acto misericordioso dijeron: «Este no expulsa los demonios más que por Belcebú, principe de los demonios». Jesús respondió que Él había hecho ese acto a través del poder del Espíritu Santo. Y agregó: «Por eso os digo: Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada. Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro”.

Los frutos de los Mensajes de la Verdadera Vida en Dios y los frutos del apostolado son abundantes y para la mayoría de las personas que los estudian adecuadamente queda claro que el Espíritu Santo es su Autor. Esto significa que las personas que calumnian los Mensajes de la Verdadera Vida en Dios, a pesar de ser conscientes de estos signos del Espíritu Santo, corren el riesgo de blasfemar contra el Espíritu Santo.

Se me han dado los Mensajes de la Verdadera Vida en Dios para escribirlos, no por mi elección, sino por la de Dios, y después de que le dije ‘sí’ a Él comencé a declarar Su Mensaje por lo largo y por lo ancho del mundo, para llamar a todos al arrepentimiento. No habría sido capaz de hacer esta tremenda tarea por mi cuenta si hubiera venido de mí, pero todas las señales muestran que los Mensajes vienen de Dios. (Véase: www.tlig.org)

Los Mensajes han llegado ahora a los cuatro rincones de la tierra, extendiéndose, como Él predijo, de un riachuelo a un río y de un río ha brotado en un océano. Nadie puede luchar contra Dios. Hay muchas señales evidentes, por ejemplo, su poderoso crecimiento a pesar de los obstáculos, la multiplicidad de conversiones y renovación de las almas, que afectan a los no creyentes para arrepentirse, etc. son signos de gracia de que los Mensajes provienen del Espíritu de Dios. También hay milagros evidentes de sanación, realizados por el mismo Espíritu, que han sido registrados. Aún así, algunas personas ignoran estos frutos evidentes y prefieren correr el riesgo de cometer un pecado contra el Espíritu Santo. Así que veamos por un momento algunos ejemplos en la historia de la teología y, en particular, en la teología mística, que subrayan este peligro.

Para empezar, hay una interesante referencia en un libro reciente llamado, Profecía cristiana – La tradición post bíblica, escrito por el profesor Niels Christian Hvidt (y publicado por Oxford University Press) en el que el entonces cardenal Ratzinger, prefecto de la FCD, escribió el prefacio. El libro se basa en la tesis doctoral del Prof. Hvidt y explica en detalle el propósito de la profecía cristiana, diciendo por qué hay necesidad de la profecía, cuando tenemos la Santa Biblia, y cómo podemos discernir entre la profecía verdadera y la falsa. En el capítulo titulado «Profecía en la Iglesia Primitiva», el Prof. Hvidt escribe lo siguiente, con referencia a las amonestaciones contenidas en la Didaché (una fuente importante de la Iglesia Primitiva):

TLa Didaché advierte firmemente en contra de juzgar a aquellos que llevan las señales de ser enviados por el Espíritu de Dios, ya que esto podría significar una blasfemia contra el Espíritu Santo, el único pecado imperdonable. 240 Profetas fueron tenidos en tan alta estima que el autor de la Didaché amonesta a los fieles a no juzgar al verdadero profeta. «Y no tentarás a ningún profeta que hable en el Espíritu, ni lo juzgarás; porque todo pecado será perdonado, pero este pecado no será perdonado» (13,10). Como bien señala G. Schöllgen, juzgar la autenticidad de los profetas es un asunto necesario pero particularmente complicado, porque los profetas «tienen a su disposición un don de origen divino, que es, en principio, impermeable al juicio humano». Es decir, cualquier persona que hable en contra de un verdadero profeta corre el riesgo de cometer el pecado contra el Espíritu Santo, ya que el verdaderoprofeta habla por el poder del Espíritu Santo. Aquí radica una consecuencia seria de la profecía para aquellos encargados del discernimiento: el que habla en contra del verdadero profeta habla en contra del mismo Espíritu de Dios. Pero eso no significa que los profetas no deban ser probados». (p.86 en el libro del Prof. Hvidt.)

Dios inspiró a los santos a explicar la blasfemia, también con sus propias palabras, de las cuales daré algunos ejemplos aquí abajo. He elegido algunos:

Las palabras del Padre Eterno a Santa Catalina de Siena fueron las siguientes: «Por estos y por otros pecados los hombres caen en juicios falsos, como os explicaré a continuación. Están continuamente siendo escandalizados por Mis Obras, que son todas justas, y todas realizadas, en verdad, a través del amor y la misericordia. Con este falso juicio y con el veneno de la envidia y el orgullo, las obras de Mi Hijo fueron calumniadas e injustamente juzgadas, y con mentiras sus enemigos dijeron: «Este hombre trabaja en virtud de Belcebú». Así, los hombres malvados, de pie en el amor propio, la impureza, el orgullo y la avaricia, y fundados en la envidia, y en la perversa temeridad, con impaciencia, se escandalizan siempre contra Mí y contra mis siervos, de quienes juzgan que están practicando fingidamente las virtudes, porque su corazón está podrido, y, habiendo echado a perder su gusto, las cosas buenas les parecen malas, y las cosas malas, es decir, vivir desordenadamente, les parecen bien».

San Simeón, conocido como el Nuevo Teólogo, escribió: «Hermanos y padres, como dice el santísimo oráculo del Salvador: «Todo pecado les será perdonado a los hombres, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no será perdonado, ni en esta era ni en la era venidera». Preguntemos entonces: ¿cuál es la blasfemia contra el Espíritu Santo? La blasfemia contra el Espíritu Santo es atribuir Sus operaciones al espíritu opuesto, como dice Basilio el Grande. ¿Cómo se hace esto? Cada vez que uno ve milagros provocados por el Espíritu Santo o cualquiera de los otros dones divinos en cualquiera de sus hermanos – es decir: compunción, o lágrimas, o humildad, o don de conocimiento divino, o una palabra de sabiduría desde lo alto, o cualquier otra cosa que es otorgada por el Espíritu Santo a aquellos que aman a Dios – y dice que esto viene del engaño del diablo. Pero también blasfema contra el Espíritu Santo que obra en ellos, quien dice que aquellos que son guiados por el Espíritu divino, como hijos de Dios, para realizar los mandamientos de su Dios y Padre, están siendo engañados por los demonios. Esto es lo que los judíos de antaño dijeron contra el Hijo de Dios».

San Silouan el Anthonita escribió: «Al ‘no aceptar’ (el regalo dado por nuestro Señor a alguien), el cristiano se protege contra el peligro de confundir las maquinaciones demoníacas con inspiración divina, y así «de dar especial importancia a los espíritus seductores, y a las doctrinas de los demonios», y evita rendir homenaje divino a los demonios. Pero al «no rechazar» uno evita otro peligro, a saber, atribuir la acción divina a los demonios y así caer en el pecado de la «blasfemia contra el Espíritu Santo», como los fariseos que declararon que Cristo «no expulsa a los demonios, sino por Belcebú el príncipe de los demonios”. El segundo peligro es más terrible que el primero, ya que el alma puede acostumbrarse a rechazar la gracia, a detestarla, y a crecer tan acostumbrada a resistir a Dios que así quedará definida en el plano eterno, en el que su pecado «no será perdonado, ni en este mundo, ni en el mundo venidero». Mientras que el alma que reconoce rápidamente su error, a través del arrepentimiento alcanza la salvación, porque ningún pecado es imperdonable, excepto el pecado del que uno no se arrepiente».

Si uno tiene problemas en aceptar una revelación privada o profética, cuyos frutos apuntan a que el Espíritu Santo es el Autor, lo mejor es dejarlo en paz, como argumenta el Didaché. Deben obedecer lo que Cristo dijo en las Escrituras yno juzgar, (Mt 7, 1,2) sino más bien reconocer al árbol por su fruto, como Él dijo en Mt 7, 18-20.

También está claro que Cristo se irrita por la incredulidad del hombre y especialmente cuando éste calumnia los dones que Cristo ha dado a sus almas elegidas. Cristo le había pedido a Santa Gertrudis que hiciera conocer Sus palabras a ella, y las publicara y, pero ella dudaba por temor a la incredulidad y la calumnia. Entonces Él le dijo: «En cuanto a esos corazones tan malvados que querrían calumniar Mis dones, que sus pecados estén en sus propias cabezas, mientras tú permaneces intachable…» En Mc 16, 14, está escrito: «Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado”.

Dado que algunas personas se ponen muy ansiosas por este pecado (ya que no se perdona), el P. John Abberton agrega esta explicación, para dejar las cosas claras sobre por qué no se perdona: «es decir, que la persona que lo comete sigue siendo obstinada y no busca el perdón. Estrictamente hablando, todos los pecados pueden ser perdonados, pero éste, por su naturaleza no puede serlo, porque proviene de lo que la Iglesia ha descrito como impenitencia final, que significa la negativa a aceptar el perdón y la decisión de permanecer en su incredulidad. Este pecado también puede ser cometido por alguien que rechaza la Misericordia de Dios y cae en la desesperación de no poder salvarse (como Judas)».

Por supuesto, hay muchos otros ejemplos en los Padres de la Iglesia y en los teólogos con respecto a la Blasfemia, así como en los testimonios de otras almas dotadas con las que Jesús habló y que todavía no están oficialmente canonizadas por la Iglesia, pero sus dichos no son diferentes de los de los santos citados anteriormente y de lo que Jesucristo dijo a los fariseos.