Por Teófilo Cristóbal (católico romano)

“El Espíritu y la Novia dicen: ¡Ven! y el que oiga, diga: ¡Ven! y el que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de vida. (Ap.. 22,17)

¡Paz y Alegría en Jesús y María!

Amados hermanos y hermanas, doy gracias a la Divina Providencia por haberse fijado en mí, siervo inútil, para testificar en su nombre que el “Amor está Vivo”. Desde esta tierra bendita de Bethlehem, donde aconteció el suceso más extraordinario de la historia, reafirmamos: “la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad”. (Jn. 1,14)

Esa Palabra (Jesucristo), no puede ser proclamada o anunciada si no es por el Espíritu Santo (ver. 1 Cor. 12,13). Si vivimos por el Espíritu, sigamos también al Espíritu (Gal. 5,25)

Nunca como hoy estamos siendo testigos de la acción del Espíritu Santo, es éste el que convencerá al mundo del Señorío de Jesús y es El, el que nos convoca hoy a las Bodas del Cordero. ¡El Espíritu y la Novia dicen Ven!;es el Espíritu que junto a la Esposa (la Iglesia) están invitando a todos los hombres, de todas las razas, pueblos y naciones a un festín, a un nuevo Pentecostés, a una era de santidad nunca vista.

“Porque el Señor se complacerá en ti, y tu tierra será desposada. Porque como se casa un joven con una doncella se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios”. (Is. 62, 4-5)

Despierta Iglesia de Cristo, ya viene tu Dios, vestido de majestad y desea encontrar a su esposa sin mancha ni arruga, hermoseada y refulgente.

Digamos también, MARANATHA (Ven Señor Jesús) los sedientos de salvación, entremos por la única puerta: Jesucristo y bebamos del costado de su Corazón Eucarístico y Misericordioso. El, místicamente desde la cruz sigue gimiendo “Tengo sed”, sed de almas, sed de ver a su Iglesia unida en el amor, y en la paz de todos sus hijos.

Estamos aquí para saciar esa sed y recibir esa agua de vida, el torrente de su Espíritu. Jesucristo nos prometió: “Si alguno tiene sed que venga a mí, y beberá, el que cree en mí como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva”. (Jn. 7,37-38). San Juan añade que se refería al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en El.

San Pablo nos exhorta; “Proceded según el Espíritu, y no deis satisfacción a las apetencias de la carne” (Gal. 5, 16). Proceder según el Espíritu es abrirnos al amor del prójimo. Amor es la plenitud de la ley. Jesús nos reclama: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. (Jn. 14,23)

Hermanos y hermanas ¿Realmente amamos de Corazón a Jesús? Amar es morir a mis apetencias carnales (fornicaciones, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, ambición, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, comilonas, etc..); tales cosas no heredarán el Reino de Dios (ver. Gal. 5, 18). ¿En cual de estas apetencias estoy Yo, está mi Iglesia?

Hemos venido aquí para ser sanados, limpiados, perdonados en este año jubilar. Dice el Señor. “Lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo…Así fueren vuestros pecados como grana, cual la nieve blanquearán. Y si fueren rojos como el carmesí; cual lana quedarán” (Is. 1, 16-18). En otro pasaje nos dice el profeta en el canto del siervo “El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados”.(Is. 53,5)

Dejémonos sanar por El. Si el afligido invoca al Señor él lo escucha. Es necesario que comprendamos, y aceptemos que el auténtico ecumenismo o la unidad entre los cristianos se dará como fruto de nuestro quebrantamiento y humillación ante la poderosa mano de Dios. (1 Pe. 5,6). El corazón contrito y humillado atrae bendición de Dios. Humillaos ante el Señor y él os ensalzará (Stgo. 4,10).

El “Mea Culpa”que nos invita la Iglesia a vivir en este año jubilar no debe ser un rito vacío, superficial, carente de un auténtico espíritu de contrición. Hemos de abrir el corazón a la llama del Espíritu Santo para que encendidos en su fuego doblegue nuestra altivez, nuestro orgullo, nuestra soberbia. El artífice de la Unidad es y será el Espíritu Santo, por eso hay que invocarlo con fervor: “VEN ESPIRITU SANTO”.

El Santo Padre Juan Pablo II, el 9 de mayo de 1999, en presencia del Patriarca Teoctist de Rumania, señalaba en su homilía entre otras cosas, lo siguiente: “Deseo vivamente y rezo para que se pueda llegar cuanto antes a la plena comunión fraterna entre todos los creyentes en Cristo en Occidente y en Oriente. Para esta unidad, vivificada por el amor, oró el divino maestro en el cenáculo en la víspera de su pasión y muerte.

Esta unidad de los Cristianos es ante todo obra del Espíritu Santo, al que se debe invocar incesantemente. El día de Pentecostés, los Apóstoles, que hasta aquel momento estaban cohibidos y temerosos, se llenaron plenamente de valor y de celo apostólico.

Al término del segundo milenio, los senderos que se habían separado empezarán a aproximarse y asistimos a la intensificación del movimiento ecuménico orientado a alcanzar la plena unidad de los creyentes…”(Revista Ecclesia, 22/9/99 pag.. 37) .

El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rom. 5, 5). ¿Por qué no se nota entre los cristianos ese amor? ¿Qué nos falta? Pienso con franca humildad que no somos consciente de nuestra condición de Hijos de Dios. Hemos dejado que la mentira del diablo, la incidia del mundo, y las pasiones del cuerpo nos esclavicen. Estos tres enemigos nos condicionan, nos acosan, nos doblegan y muchas veces matan todo vestigio o imagen de Dios en nosotros. En esta lamentable condición nos cuesta aceptar la gran Misericordia que Dios ha tenido en Cristo para con nosotros. “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. (Jn. 3,16)

Jesús vino a revelarnos el rostro misericordioso del Padre. El es el Sacramento del Padre, quien le ve a él ve al Padre (Jn. 14, 9). Por esa razón su muerte es nuestra liberación y su resurrección nuestra gloria. Jesús muerto y resucitado nos comunica su Espíritu para poder decirle a su Padre y nuestro Padre “Abbá”. No hemos recibido el espíritu de esclavos para recaer en el temor. El Amor hecha fuera el temor, por esa razón, el auténtico discípulo de Jesús no teme al futuro, no se acobarda ante las amenazas, pues sabe muy bien que en Cristo somos más que vencedores. El ha vencido a todos nuestros enemigos juntos.

«“El Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con él glorificados”.(Rom. 8,16)

¿Puede haber para un mortal, mayor dignidad que la de ser Hijo de Dios? ¡Qué Amor nos ha tenido el Padre, para llamarnos Hijos de Dios, pues lo somos! (1 Jn. 3,1).

En la medida que cada uno de nosotros tome conciencia de su condición de Hijo de Dios se esforzará por vivir en Santidad. Deseará estar siempre grato a los ojos de Dios. Nada complace tanto al Padre tres veces santo, que el que sus hijos sean santos.

La santidad es el adorno de Su Casa dice el salmo (93, 5) y además su voluntad para con nosotros es que seamos santos. (1 Ts. 4,3)

En mi experiencia pastoral, la mayor tragedia que he visto en el pueblo de Dios, incluso en las almas consagradas es una resistencia y oposición a vivir en santidad. Sin santidad nadie verá a Dios (He. 12,14). Mi condición de creatura miserable no es un impedimento a la gracia santificante, si mantengo profundo deseo de santidad. Cada uno de nosotros como el Apóstol San Pablo, tendrá su propio aguijón de Satanás (entiéndase debilidad o flaqueza), pero no olvidemos las palabras del Señor: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza”.(2 Cor. 12,9)

¿Cuántos de ustedes se han planteado seriamente este tema: “Quiero ser santo”? “Aún no se ha manifestado lo que seremos, sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es”.(1 Jn. 3,2)

Cuando asuma mi condición de Hijo de Dios, comprenderé en el Espíritu que cada hombre es mi hermano y es objeto de mi amor, respeto y cariño.

Cuando esté convencido de mi condición de Hijo del Padre aceptaré con amor sincero al que esté a mi lado sin importar que sea Ortodoxo, Luterano, Calvinista, Metodista, Anglicano, Presbiteriano, Pentecostal o interdenominacional. Mis ojos podrán mirarle con el alma pura, sin mancha, ni doblez. Y por encima de restricciones o posiciones dogmáticas se alzará el Amor. Como dice San Juan de la Cruz en la tarde, nos examinarán del Amor. “Amaos intensamente unos a otros con corazón puro”, (1 Pe. 1,22b) .“El amor cubrirá la multitud de nuestros pecados”(1 Pe. 4,8). El Amor lo puede todo porque viene de Dios y Dios es Amor.

Mirémonos por unos segundos a los ojos y hagámonos ésta pregunta ¿Estoy convencido en mi Fe, de que tu Padre es mi Padre, que tu Dios es mi Dios, y que entonces tú eres mi hermano y mi hermana? Dame tu mano y mi hermano serás. Si podemos unir nuestras manos, ¿Cómo no podemos unir el corazón?

El Santo Padre en su osadía por la unidad decía en Rumania. “Pocos días nos separan ya del inicio del tercer milenio de la era cristiana. Los hombres tienen la mirada puesta en nosotros. Esperan, aguzan el oído para escuchar de nosotros, aún más de nuestra vida que de nuestras palabra el antiguo anuncio: “Hemos encontrado al Mesías”. Quieren ver si nosotros también somos capaces de dejar las redes de nuestro orgullo y de nuestros temores para predicar un año de gracia del Señor. Traspasaremos ese umbral con nuestros mártires, con todos aquellos que dieron su vida por la fe: ortodoxos, católicos, anglicanos, protestantes. Desde siempre, la sangre de los mártires es semilla que da vida a nuevos fieles de Cristo. Pero, para ello hemos de morir a nosotros mismos y sepultar al hombre antiguo en las aguas de la regeneración, para renacer como creaturas nuevas. No podemos desatender la llamada de Cristo y las expectativas del mundo, dejando de unir nuestras voces para que la Palabra eterna de Cristo resuene más y mejor para las nuevas generaciones” (11/6/99 Ecclesia pag. 36).

Este es un llamamiento Nupcial Divino por la Reconciliación y la Unidad. Dejémonos reconciliar con Dios y con el prójimo. La voz de nuestro Amado resuena y se puede percibir el sonido de sus pasos; ¿No será nuestro mejor recibimiento que nos encuentre reconciliados en el Amor? ¿Qué esperamos?

“¡La voz de mi Amado! miradlo aquí llega saltando por montes, brincando por lomas…
Habla mi Amado y me dice: Levántate, amor mío, hermosa mía, y vente. Mira ha pasado el invierno, las lluvias cesaron, se han ido”.
(Ct. 2, 8-11).

Aquél que está sentado a la derecha del Padre; (Jesucristo) volverá tal como lo prometió. Es hora de despertar del letargo, la luz disipa las tinieblas y la noche de la desunión da paso al día de la reconciliación. El invierno de la incomprensión y de las disputa entre cristianos, no puede resistirse ante la llegada de la primavera del Espíritu, los días de la unificación, de la recreación y santificación del Pueblo de Dios.

¡Unidad!, ¡Unidad! fue el grito espontáneo de la multitud en Rumania con la visita del Papa. Unidad y Paz sea nuestro grito en la tierra de Jesús, como se cantó en la primera Navidad: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra Paz a los hombres en quienes él se complace”. (Lc. 2, 14)

Ha llegado la hora de convencer al mundo del poder del Evangelio. Que no somos testigos de un difunto, sino del Resucitado. No hay otro nombre dado a los hombres por el cual podamos ser salvos. Sólo Jesucristo es la única respuesta, el único camino, la única verdad. Jamás se ha oído en la historia de un Dios que por amor se haya encarnado y que habitara entre los hombres. Mas aún que por amor se entregar a la peor muerte y luego proclamar desde el reino de la muerte, el triunfo de la vida. “¿Dónde está muerte tu victoria? La muerte ha sido devorada por la victoria”. (1 Cor. 15, 55b)

Si Cristo no ha Resucitado vana es nuestra fe, vana nuestra esperanza y vano este esfuerzo de unidad que hoy realizamos los creyentes en él.

El prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. El está hoy aquí con nosotros, y espera de cada uno de nosotros que seamos carbones encendidos por su espíritu para incendiar a la tierra de su Amor. “He venido a arrojar fuego sobre la tierra y cuanto desearía que ya hubiera prendido”. (Lc. 12,49)

El Cardenal Roger Etchegaray, presidente del comité para el gran jubileo del 2000, en su homilía de clausura de la semana de oración por la unidad en San Pablo de Extramuros contó una bella anécdota. Esa leyenda se la confió un monje ortodoxo.

Cuando Cristo, después de Pascua, estaba subiendo al cielo, dirigió la mirada hacia la tierra, y la vio inmersa en la oscuridad, salvo algunas lucesitas que brillaban en la ciudad de Jerusalén. Durante la ascensión, se cruzó con el arcángel Gabriel, que solía realizar las misiones a la tierra, el cual preguntó al Señor: “¿Qué son esas lucesitas?” Cristo le respondió : “son los apóstoles reunidos en torno a mi Madre ; y mi plan es, apenas haya llegado al cielo, enviarles el Espíritu Santo, para que esas llamitas se transformen en un gran fuego que encienda de amor la tierra entera”. Gabriel se atrevió a replicar: Y, ¿Que harás si el plan falla?”. Después de unos instantes de silencio el Señor respondió: “No tengo otros planes”. (L’OSSERVATORE ROMANO N.4 (1.622) 28/1/2000 pag. 12 lengua española) Y pregunta a su vez el Cardenal. ¿Estamos convencidos de que este es el único plan del Señor?, ¿el único que puede superar las fuerzas de división?

Amados hermanos y hermanas quiero hacerles un profundo llamado al final de mí intervención, que brota de mí corazón. Desde niño experimenté en el seno de mi familia el drama de la división.Una abuela muy religiosa de origen bautista, unos tíos y primos pentecostales y mis padres católicos. En las tres Iglesias recibí el mensaje del evangelio, pero era incapaz de comprender, el por qué estábamos separados, a pesar de que Jesús era el mismo en cada Iglesia. Al paso del tiempo fuí llamado al ministerio sacerdotal.

En el año 1979 en la Iglesia de la Reconciliación el hermano Roger Schutz frente al Icono de la virgen oró por mí y despertó una frase que se ha convertido en consigna de mi ministerio sacerdotal: “pasión por la unidad”. En nombre de Jesucristo os pido dejaos Reconciliar por Dios.

Yo represento un pequeño país de apenas dos millones y medio de habitantes con una posición geográfica privilegiada. Desde el descubrimiento de América ha servido como país de tránsito para todos los pueblos. En nuestro emblema nacional reza la frase latina: Pro mundi beneficio.

El Canal de Panamá no sólo es una obra maravillosa del ingenio humano. Es para mí un símbolo en donde por sólo 14 kilómetro de extensión y a través de juegos de exclusas se hermanan los dos grandes océanos Atlántico y Pacífico. ¿Qué hace posible esta unión?

Dos factores: 1. La apertura de cada exclusa; 2. El alimento de las aguas dulces de un lago llamado Gatún, que una vez llenas las compuertas permiten a los barcos pasar de una exclusa a otra.

Este ingenio humano, don de Dios dado a los hombres me sirve para la siguiente alegoría:

El Corazón de Jesús es un Canal abierto en donde todos los hombres pueden sumergirse y navegar sin temor. El desea que sus tres exclusas: Los CATOLICOS, ORTODOXOS Y PROTESTANTES, abramos nuestras compuertas, para que las aguas dulces de su Espíritu Santo fluyan de unos a otros sin resistencia. Abran las puertas al Redentor, sin miedo, no temamos. Que todos podamos transitar en el océano del amor de Dios que es el costado abierto de Cristo, Canal de Gracia. Esos dos grandes océanos que por el Canal de Panamá se conectan, me representan el Corazón de Jesús y de María que por el espíritu son uno solo. Mi pasión por la Unidad me impulsa a pedirles en nombre de esos dos Corazones y que gritan Ama-Me. (cuando amas a tu prójimo me estás amando a Mí) que nos comprometamos con hechos concretos a vivir y actuar en el Amor. Pidamos los sentimientos de su Corazón.

“Jesús enséñame a buscar lo que tu buscabas, a sentir lo que tu sentías, a hablar lo que tu hablabas, a pensar lo que tu pensabas, y a amar lo que tu Amas.”

Que nadie salga de este llamamiento Nupcial, igual a como llegó, que seamos verdaderamente transformados por el Amor. Elevo así mi oración y mi eterna gratitud a los organizadores, particularmente a Vassula Ryden por haber confiado en mí para exponer esta reflexión.

Jesucristo Hijo del Dios Vivo, Señor y Salvador Nuestro, Principio y Fin, Tú el mismo ayer como hoy y por los siglos, a ti elevo mi humilde oración con los sentimientos de tu corazón. Que todos sean uno, como tu eres uno con el Padre y el Espíritu Santo.

Envía una vez más sobre esta asamblea ecuménica al consolador, envía tu fuego; toca, sana, transforma, renueva y libera nuestros corazones enfermos. Cura las heridas de nuestras discordias, los resentimientos, miedos y desconfianzas mutuas. Sánanos de los prejuicios, y las falsas apreciaciones y los juicios temerarios entre unos y otros.

Ven Espíritu dador de vida y pon tu aliento vivificante sobre nuestros huesos secos. Ven Espíritu y prepara nuestras almas embelleciéndolas con tus nuevos dones y perfumándolas con el aroma de las virtudes. Despierta en cada corazón, la sed de santidad, pues todo lo que tú tocas lo santificas. Ven Espíritu y renueva el rostro de este mundo, de nuestra Iglesia y de todos los pueblos, para que desaparezca el odio y la violencia, se silencie para siempre el ruido de las armas y se de paso a la cultura de fraternidad donde todos los hombres tengan derecho al Pan de cada día, y se respete la dignidad de cada hombre y mujer.

Ven Espíritu y junto a la nueva Eva, la madre de la reconciliación, la madre de la nueva humanidad, María Santísima, que se encuentren las razas, los pueblos y las naciones. Que todos bajo su manto podamos hablar el único lenguaje de los hijos de Dios, el lenguaje del Amor. Ese Amor que brotó del costado abierto del crucificado perdurará por siempre. Tuya sea la Gloria, el Poder, la Alabanza por los siglos de los siglos. Amén, amén, y amén.

P. Teófilo Cristobal del Consolador Director de la Fraternidad de la Divina Misericordia de los Sagrados Corazones de Jesús y María. Panamá.