Monseñor Kriekenbeeck da una homilía en Sharm El Sheikh, Península de Sinaí, durante la Peregrinación de la VVeD a Egipto en 2002

La primera lectura nos habla del Plan de Dios. Y el Plan es que somos Un Solo Cuerpo y Un Solo Espíritu; tenemos Una esperanza que os fue dada por vuestra vocación. Hay Un Solo Señor, Una fe, Un bautismo, Un Dios y Padre de todos, Quien está por encima de todo, y obra a través de todos, y está en todos. Ese es el hermoso Plan de Dios para todos sus hijos.

Pero si miramos el mundo de hoy, vemos que no es el caso, porque el hombre ha puesto obstáculos en el camino de la unidad. Obstáculos culturales, políticos, económicos e incluso religiosos, que han surgido de la orgullosa arrogancia que existe en el corazón humano. Y esta es la razón por la que Pablo dice: “Os ruego que veáis la luz de la humildad, el testimonio y la paciencia, soportándoos unos a otros con amor, para que podamos preservar la Unidad que tiene el Espíritu como su origen”.

Reflexionemos un momento sobre esto. Veamos cómo la Unidad, y esta iniciativa de reunirnos, son Obra del Espíritu. Es el Espíritu el que nos ha llamado a reunirnos y es el Espíritu el que lo ha hecho posible, Él nos ha brindado incluso la Misa de hoy. Pero tenemos que preservarlo, Pablo dice que la paz es la que lo mantiene unido, porque la paz es la fuerza vinculante. Por lo tanto, debemos hacer todo lo posible para estar en paz unos con otros, en paz con cada uno de los otros, en paz con cada cultura, para que el anuncio del ángel: «Paz a los hombres de buena voluntad», se haga efectivo en nuestra reunión.

La verdad del asunto es que, por alguna razón, sea histórica, política, cultural, o religiosa, inventada por el propio orgullo del hombre, hemos puesto barreras a este hermoso plan de Dios. Pero esto no es sólo un plan, esto es una realidad. Es una realidad, porque Jesús nos dice que Él es la Vid, y que nosotros somos los sarmientos.

Así que aquellos de nosotros que estamos bautizados y que creemos en Cristo y que vemos la Verdadera Vida en Él, no importa cómo estemos de separados, estamos realmente juntos, y estamos unidos en esta Única Verdadera Vida en Dios.

Estaba reflexionando sobre nuestro viaje a través del Sinaí, por el desierto y por las montañas, y cómo Dios permitió que Su pueblo fuera despojado de todo, para que dependiera solamente de Él. Que llegara a ser el Pueblo de Dios, con una mente, un corazón, un alma, un espíritu, sin obstáculos en el camino. Y así, nuestro viaje es una revelación de la demanda del Espíritu de morir a esos diversos obstáculos, para que podamos alcanzar la unidad.

En Juan, 17, Jesús reza al Padre: «Te ruego que sean Uno, como Nosotros somos Uno». La Trinidad es nuestro modelo de unidad, lo cual normalmente sería imposible. Pero añade: «para que sean Uno en Nosotros; Yo en Ti y Tú en Mí», para que por participación de la única Vida en Dios, podamos ser como la Trinidad y nos relacionemos unos con otros en el amor del Espíritu Santo.

La dirección de la Iglesia, hoy, es la que se da en el Evangelio. El Evangelio tiene dos partes. La primera parte son los signos de los tiempos. Dios habla a través de acontecimientos. Jesús le dice a Su audiencia judía, que así como pueden leer las señales en el cielo, también deben leer los tiempos mesiánicos, porque se realizan en Su Presencia, se cumplen en Su Presencia. Nos está diciendo que el signo de los tiempos de hoy es el llamado a la Unidad. Debemos unirnos o de lo contrario seremos destruidos. Miramos el televisor en busca de los informes meteorológicos, leemos las señales del clima: Dios habla a través del curso de los acontecimientos, llama a la unidad en este momento. Debemos unirnos. Debemos unirnos o de lo contrario, lo que le sucedió al viejo Israel nos sucederá a nosotros. El mensaje a Israel fue «esforzaos, o desapareceréis». Si no nos esforzamos, ¡Él nos despedirá!

La segunda parte del Evangelio es la rendición de cuentas. Él dice que tenemos que tomar medidas, porque si no lo hacemos, cuando llegue el juicio pagaremos por cada acción ociosa, por cada palabra ociosa, por cada centavo malgastado, por cada desobediencia, cada desunión, cada disensión, cada arrogancia orgullosa. Pagaremos por eso. Y, por lo tanto, el mensaje es: el signo de los tiempos es el llamado a la unidad y debemos actuar.

Y si no actuamos, tendremos que rendir cuentas ante Dios. Estamos agradecidos a la Verdadera Vida en Dios, porque lee los signos de los tiempos, responde al llamado a la unidad y ha tomado medidas. Y esta es nuestra respuesta. Amén. ¡Alabado sea el Señor!

Nuestra tarea ahora es llevar esto de vuelta a nuestros países. A los 60 países aquí representados, y testimoniar la unidad en nuestra vida personal, en nuestra familia, en nuestra comunidad, en nuestra fraternidad, para que Dios vea, para que Dios descubra que vivimos una Verdadera Vida en Dios, en nuestra mente, en nuestro corazón y en nuestras acciones. Amén.