por Vassula Rydén
Egipto, del 21 al 31 de Octubre 2002
El arrepentimiento es la puerta que conduce a las almas de la oscuridad a la Luz. Por lo tanto, hasta este día, no podemos decir que estamos caminando en la Luz, ya que todavía estamos divididos y fragmentados. Todos somos iguales ante Dios, porque todos somos Sus hijos. No es suficiente pertenecer a una Iglesia para ser salvados. Es necesario seguir los Mandamientos de Dios; y como Cristo Le respondió a una mujer: “Bienaventurados, pues, los que escuchan la Palabra de Dios y la observan”. (Lucas 11, 28). Aquéllos que no son Cristianos no son menos criaturas, y están hechos a Imagen de Dios, y destinados, finalmente, para vivir en la Casa de Dios. Está escrito: “No hay favoritismos con Dios”. (Romanos 2, 11). Jesucristo redimió a todas las personas de la Tierra, por lo tanto, la salvación es otorgada a todos, si viven en la Luz de Dios. Pero, aquellos quienes, conscientemente, rechazan a Dios y Su Ley de Amor, serán condenados, por su propia elección.
Si no hemos entrado en la Luz, ¿cómo veremos la Divina Voluntad de Dios, para progresar en la reconciliación y la unidad, y para saber en qué forma, Él desea esta unidad espiritual? ¿Cómo vamos a conocer nuestro camino y por dónde estamos caminando, si todavía, estamos en la oscuridad? La oscuridad está en guerra con la Luz, y si no nos apresuramos y nos arrepentimos, esa pequeña llama vacilante que permanece dentro de nosotros se extinguirá. Necesitamos apresurarnos a hacer de lado, todos nuestros prejuicios y a sacar aceite, de las reservas de humildad y amor, para avivar, una vez más, esta llama vacilante, convirtiéndola en una antorcha viviente. Cada Iglesia debe estar dispuesta a morir a su ego y a su rigidez. Entonces, a través de esta especie de muerte desapasionada, la Presencia de Cristo vivirá en ellos.
Cada Iglesia tiene que pasar por un arrepentimiento incesante, y luego, unirse al Amor Divino de Cristo hacia la humanidad, que borrará sus errores pasados y presentes. A través de este acto de humildad, la unidad será lograda. Las Escrituras dicen: “Humíllense ante el Señor y Él los levantará”. (Santiago 4, 10).
Si las Iglesias están dispuestas a ir, más allá de los obstáculos negativos que las separan, que de acuerdo a las Escrituras van contra el logro de la unidad de fe, amor y adoración entre nosotros, Cristo Se mantendrá Fiel a Su Promesa, de otorgar un tiempo de paz al mundo entero, atrayendo a cada criatura a Su Cuerpo Místico, cumpliendo, así, Sus Palabras dadas a nosotros en Su Oración al Padre:“Que sean uno en Nosotros, como Tú Estás en Mí y Yo Estoy en Ti, para que el mundo crea que Fuiste Tú, Quien Me envió”.(Juan 17, 21). En esta súplica de Nuestro Señor, queda muy claro, que la unidad que Él Está pidiendo, será una unidad que involucre al mundo entero. Pero, dicha unidad, que involucrará al mundo entero, no puede llevarse a cabo, sin la ayuda del Espíritu Santo, dotando Su Poder a la humanidad, llamando apóstoles que vayan y evangelicen al mundo, atrayendo la fe del mundo entero hacia Cristo. Por lo consiguiente, considerando nuestra actual división, yo diría que la Iglesia, todavía, no logra su perfección, sino que ha mostrado su debilidad a este respecto.
La Iglesia es débil y necesita ser consolidada a través de la unidad. En el estado en que se encuentra ahora, la Iglesia está perdiendo, gradualmente, su luz en su debilidad, al punto de que no puede levantarse para ir y tomar el óleo sanador de la Fuente de Vida, que es el Espíritu Santo. En un Mensaje, Cristo Le dice a la Iglesia: “…y tu fragancia te dejó”. Parece que en su temor de perder su identidad y sus valores, especialmente, la Iglesia Ortodoxa, no sólo cierra sus ventanas, sino que se asegura que las puertas estén bien atrancadas, prohibiendo que cualquier luz la penetre, no dándose cuenta de que su interior se está enmoheciendo. Este temor sin razón prohíbe que la gracia fluya, obstruyendo la Brisa del Espíritu Santo, que la puede refrescar. Aquél que actúa por temor, y se asegura que las ventanas y las puertas estén, completamente, atrancadas, generalmente, tiene miedo de que sus valores sean robados. Pero no es sólo la Iglesia Ortodoxa, la que se comporta de esta manera, hay otras, que igualmente, se comportan así.
La belleza, la gloria y el fruto que la Iglesia dio, una vez, al principio de su existencia, ha caído ahora, como fruta podrida. Si esto está mal, entonces, ¿dónde está esa Iglesia Apostólica, en su anhelo de dar testimonio del Cristo, de colocarse en el altar de los Mártires, de humillarse en la arena del oprobio y el dolor, antes que negar al Cristo? ¿Dónde está ese fervor de fe de los discipulos, con deseo de la evangelización global? Oh, Cristo, ¿cuánto más debe Tu Precioso Cuerpo ser taladrado, lanceado y fragmentado, antes de que nos demos cuenta de que hemos dividido Tu Cuerpo como instrumentos del “divisor” mismo? Lo hemos hecho inconsciente e involuntariamente. Ayúdanos a encontrar y preservar ese resto tan sagrado llamado Tu Iglesia. Ayúdanos a unirla de nuevo. Una unidad de la Iglesia determinada a traer, Tu Segunda Venida, como una revelación global.
Sin embargo, el Espíritu Santo no se detendrá a causa de las ambiciones humanas y nuestra incapacidad de reconciliarnos. Él Está ahí, emitiendo un gran sonido, para que al final, aún los sordos, que se han atrancado a sí mismos, Lo escuchen y, finalmente, abran las puertas de su corazón, y aquéllos que estaban muertos, regresen a la vida. De haber dejado de existir, una vez más, vuelvan a ser.